Luces y sombras

Antonio Méndez

La genética del crimen

MIENTRAS reabrimos debates sobre qué tipo de sociedad cría a jóvenes de 17 años que presuntamente en un momento determinado pueden verse con el derecho de aplastarle la cabeza con una piedra a una chica de su pandilla, de 13 años, en Arriate y regresar después a su vida normal durante dos semanas en este pueblo, presentado como exponente de una Málaga profunda y al que los medios de comunicación nos hemos asomado sólo atraídos por la magnitud del suceso.

Mientras discutimos la equidad entre el daño causado y la pena con la que legalmente se resarcirá esta muerte ante esa misma sociedad, por la condición de menor del imputado, si la justicia pronuncia un veredicto de culpabilidad... En este largo intervalo de reflexiones de todo tipo y en caliente, que la experiencia nos dice que se cerrarán con un viaje a ninguna parte, prefiero quedarme con el papel protagonista de la ciencia.

La genética, de momento, aunque podría, no nos ayuda a evitar comportamientos homicidas que figuran en la secuencia de los cromosomas de nuestro carné biológico de identidad, a la espera de hallar el mejor momento para darse a conocer en público. Pero desde luego ya es la mejor aliada de las policías. El británico Tony King es uno de los asesinos que más puede quejarse de la industrialización de las pruebas del ADN. El rastro de su saliva en el cigarro que se fumó para recuperar el resuello tras acabar con la vida de la joven de 19 años Rocío Wanninkohf, en Mijas, sirvió para desentrañar ese puzle sin resolver cuando cuatro años después las uñas de Sonia Carabantes se quedaban con un pequeño trozo de piel en el momento en que ese mismo hombre le arrebataba la vida en Coín a sus 17 años.

Ahora, tres perfiles genéticos, entre ellos un pedacito de tejido epitelial que se adhirió a la piedra de unos cuatro kilos de peso por la fuerza que hubo de emplearse para terminar con la niñez de María Esther, en Arriate, también ha posibilitado a los investigadores esclarecer, en principio, este último delito. Los agentes escrutaban los movimientos de los principales sospechosos a la par que aguardaban los diez días de rigor para disponer de los resultados de los análisis. La ciencia y los delitos en un terrible juego de gato y ratón.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios