No es extraño, ni mucho menos, que para dar comienzo a sus respectivas campañas las plataformas integradas en Málaga Ahora y Adelante Málaga invoquen a "la gente" como argumento central para convencer a los votantes. Eduardo Zorrilla promete un Ayuntamiento centrado en la gente, y Rosa Galindo se autoproclama la única candidata "elegida por la gente", en referencia al proceso de primarias abiertas emprendido en su momento por Málaga Ahora. Se entiende que el ala izquierda no apuesta por la clase política ni por los agentes financieros capaces de atraer grandes inversiones, sino por esa realidad llamada gente, la que antes se correspondía con cierta clase media y ahora se balancea en un umbral de exclusión social que se ha comido más de la mitad del espectro económico del país, la que se busca la vida como puede, la que figura entre los camareros que mejoran los datos de la EPA con la estacionalidad de siempre, la que aguarda con paciencia largas colas en la Seguridad Social para llegar a fin de mes y la que sobrevive en muchos casos gracias a la pensión de los abuelos. Si esto es la gente, cabría preguntarse qué son todos los demás, pero ésta es otra historia. Lo que sí sabemos es que la gente es muy puñetera. Aunque esté con el agua al cuello, a la gente le chiflan los números de luces que monta Teresa Porras cada Navidad en la calle Larios. Y a la gente le encanta la idea de que tengamos un rascacielos en el Puerto, a ver si así llega más trabajo, mientras se conforma con el último banco que queda en pie como única pieza del mobiliario público del barrio. Desde luego que la izquierda hace bien en confiarse a la gente, pero siempre hay que tener en cuenta que la gente es una realidad ampliamente diversa. Más ahora que incluso Vox hace propuestas municipales que, como las de la izquierda, se oponen frontalmente a la mercantilización de la ciudad sostenida por el actual Gobierno local. Igual conviene distinguirse un pelín más. Por si acaso.

O tal vez pueda darse otra lectura: Adelante Málaga y Málaga Ahora apelan a la gente para no pasar por políticos profesionales, dada la aversión que los mismos han recabado en las últimas décadas desde los más insospechados nidos de opinión a cuenta de una corrupción insostenible. Como si esto fuera de gente, no de políticos, aunque me temo que va de lo uno y de lo otro. Es normal que los políticos apelen a su particular honestidad cuando puedan hacerlo, pero no sé hasta qué punto vale la pena hacerlo a costa de parecer menos político que el vecino. Porque lo que necesitamos, especialmente en Málaga, son políticos que hagan política. Lo de ser gente y estar con la gente no significa nada; tomar decisiones y llevarlas a cabo es una tarea que, por el contrario, deben asumir los políticos como tales. Cuidado: no se es más político por ir en coche oficial ni se es menos político por ir en bici, pero tampoco al contrario. Y la gente, a lo suyo: a votar.

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