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Me siento estafada, triste y decepcionada. No he cruzado ni una sola palabra con Íñigo Errejón y no termino de entender por qué me está afectando tanto descubrir que un político de tantos, al que admiraba, sí, no es lo que parecía. Será su cara de niño; será lo que dice mi madre, que siempre pensó que “era gay y no un baboso a la vieja usanza”; será que soy de pueblo y me arrastra esa feliz ingenuidad de creer que hay buenas personas y que “no todos son iguales”. Incluso cuando llegan a las esferas del poder.
El juez acaba de abrir diligencias penales contra el diputado de Sumar y ya nos advierten de que vamos a escuchar “historias terribles”. Soy bastante buena anticipándome en los thrillers de Netflix (imagino que influye mi pasado escolar devorando la colección completa de Agatha Christie y mi persistente debilidad por la novela negra) y tal vez por eso me duela más enfrentarme a lo que, obviamente, son prejuicios. Y lo quiero contar en primera persona, dándole las gracias a Íñigo Errejón, porque me gustaría pensar que estamos viviendo un revulsivo en la lucha contra el machismo, contra la violencia sexual (en todas sus formas).
Me explico. Tanto Podemos como Sumar tendrán que sufrir su travesía del desierto pero España necesita partidos un poquito escorados que le recuerden al PSOE lo que es ser progresista y de izquierdas cuando el dilema de las políticas públicas, del pragmatismo de la gobernabilidad, apenas se mueve del centro.
Para el feminismo será mucho más difícil digerir el episodio Errejón pero también hay que hacerlo. Vivimos en una sociedad profundamente compleja donde no funcionan los axiomas. Admitámoslo: ni ser mujer ni ser de izquierdas significa, inexorablemente, que no podamos caer en comportamientos machistas, patriarcales y de toxicidad. Hay una derecha casposa y recalcitrante sin solución, sobre todo cuando viramos a Vox, pero llevamos años viendo cómo las políticas de igualdad se han ido ensanchando en el espectro ideológico con un sentido de Estado muy sólido que nos beneficia a todos.
Para todos, como sociedad, creo que el caso Errejón nos puede abrir los ojos. Y con un efecto en cadena que vimos hace tiempo con la ola del #MeeToo pero que tal vez no había tenido un desarrollo propio en nuestro país. Con mujeres valientes que, sin esconderse ni temer el papel de víctimas, se están atreviendo a denunciar a personajes públicos y poderosos de su entorno más cercano. Gracias, de corazón, a todas ellas. Y gracias, entiéndase la ironía, a Íñigo Errejón.
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