Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La gran dimisión

La miseria y la explotación, más allá de planteamientos filantrópicos o éticos, tiene las patitas muy cortas

En aquella canción del inefable milanés (Chi non lavora non fa l'amore), la mujer de Adriano Celentano le advertía de que si él no trabajaba, a ella no le pidiera ni medio beso ni una semanal caidita, siquiera de ojos. En realidad, el pobre marido venía de la fábrica, pero en aquella época los salarios menguaban por las continuas huelgas, y él se veía en un dilema: "Si no trabajo todos los días, no tendré coyunda; si trabajo, me partirán la cara los piquetes". Hoy ya no hay tantas huelgas, y menos generales, y menos aún si la derecha no gobierna.

Llegan desde Estados Unidos movimientos masivos en la estructura del mercado laboral, y no para mejorar las personas su empleo por cuenta ajena, sino para dejarlo. Varios millones de la oferta (trabajadores que ofrecen su trabajo a cambio de un salario) han decidido que hasta aquí han llegado, que el mandamiento americano que coloca al trabajo en el centro de la existencia puede ser cosa del pasado. A este movimiento se lo ha bautizado como la Gran dimisión. Valdría decir la gran evasión.

La crisis provocada por la pandemia movió al Gobierno -de Donald Trump- a otorgar oleadas masivas de ayudas públicas. Una medida emparentada con el llamado Ingreso Mínimo Vital, incluso con los ERTE de aquí. ¿Por qué hasta ocho millones de estadounidenses respondieron a los planes de estímulo dejando compuestas y sin novio a muchas empresas de sectores como el transporte? Porque pueden. Y porque muchos estaban hartos de trabajar por una miseria, o mucho tiempo por poco dinero y poca vida. o bien más quemados la pipa de un sioux. Porque esto, a su vez, suponía un estímulo para bajar el pistón, cuidando a niños o perros o trabajando por horas o hacerse autónomo: una liberación. Allí, empleo, hay: y según sectores, de sobra, ya vemos. Y también porque el Estado -sí, el USA- ha venido obligando a las empresas a mayor protección social, y porque el Medicare público de Obama puede resultar mucho más atractivo para un anciano que el seguro médico privado, por puro análisis coste/beneficio.

La miseria y la explotación, más allá de planteamientos filantrópicos o éticos, tiene las patitas muy cortas. Mucho se habla de la tensión entre libertad y seguridad, no sólo los antivacunas (¿se vacunan en la intimidad, como Aznar parlaba catalá? La libertad sin traba de la economía empresarial causa a la postre indeseables inseguridades para el propio capital. Con un cierto reflujo proteccionista; los tiempos están cambiando. Admitamos que las aguas a nuestro alrededor están subiendo, decía Dylan en aquella canción.

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