La guerra

¿Dónde estarán los diez mil soldados que Putin le prometió a Puigdemont?

En el mejor de los casos, la guerra es una cenefa de privaciones, iniquidad y espanto. Los ucranianos que hoy defienden aguerridamente su país, con enorme desventaja frente al invasor, pronto conocerán el fondo último de la guerra, más allá del horror cotidiano de la muerte. A la arbitrariedad y el crimen del usurpador, se sumará la falta de recursos básicos. La guerra, entonces, es el contravalor absoluto de cuanto conocemos. Es la depredación o la ausencia, no sólo de cuanto amamos, sino de cuanto nos convierte en seres civilizados. Como recordábamos aquí el miércoles pasado, desde el año 45, y con la excepción yugoslava, tres generaciones de europeos han vivido sin abismarse en esta vieja realidad del hombre: la guerra. Ahora conoceremos alguno de sus funestos ecos, tamizados, no obstante, por la lejanía.

Con un poco de suerte, en el laboratorio monstruoso y vivo de la guerra, los jóvenes europeos se van a quedar solo con la escasez de energía, con la restricción productiva, con el alza de precios y el menudeo laboral. Clausewitz, tantas veces citado (fue su viuda quien editó De la guerra), recordaba que la guerra es, sencillamente, la continuación de la política por otros medios. Lo cual es una forma de decir que la política es un conflicto que elude ceremoniosamente las armas. No sabemos, pues, si la amenaza de cortar el gas por parte de Putin es un signo de debilidad o de fortaleza. Lo que sí queda claro es que una enorme cantidad de recursos, antes destinados a la vida y sus quehaceres, serán desviados hacia el abastecimiento de los ejércitos y su destrucción mutua. No conviene olvidar, por eso mismo, que lo que hoy se sustancia en Ucrania es la libertad y la propia existencia de un país, amenazado por un autócrata (¿dónde estarán los diez mil soldados que Putin le prometió a Puigdemont?). A este lado del Danubio, sin embargo, bastará con reavivar una adusta expresión de nuestra infancia: "Apretarse el cinturón".

Jurado Morales, en sus Soldados y padres, recordaba el obstinado silencio que guardaban los combatientes sobre su mocedad bélica. Junto a esta verdad elemental (el profundo trauma que implica cualquier guerra), debe recordarse otra evidencia no menos esencial: la paz y la prosperidad europeas se sustentan sobre el recuerdo de millones de cadáveres. Este triunfo de la política se basa, sin embargo, en el principio de Clausewitz -que nadie quiera continuar la política por otros medios, como hoy Rusia-. Esto es, se basa en el relieve comercial y militar de Europa.

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