El espontáneo

Juan Cachón Sánchez

El guiñol

EL otro día me encontré a un antiguo compañero de colegio y, como es habitual, se producen cruces de frases (que normalmente son frases de ascensor). Al verme, yo pensé que me preguntaría por la salud, la familia, pero no, me preguntó ¿qué haces ahora? Yo con enorme fatiga le contesté que estaba preparando una tesis para mi propio error. Noté que se me quedó perplejo ante semejante contestación y muy solícito me incitó a que le acompañara a tomar un café y le contase algo sobre el tema. Y, utilizándome como si fuese una gran diana de feria, me lanzó sutiles dardos de curiosidad y de dudas. Tú qué piensas, que el siglo XX fue un error o una errata. Tengo la sensación, me dijo, de que el tan cacareado siglo XX ha sido una gran representación. Y fue entonces cuando sacó a colación una frase de Kant: "La persona no puede ser utilizada como medio, porque es un ser de fines, no tiene precio. Es un ser vivo, un ser moral y un ser social". Desde esa realidad radical de la vida, desde ese punto de partida de la personalidad, empieza a tener sentido nuestra dignidad. Es que esta vida no es una propiedad, ni un derecho patrimonial del que se puede disponer. Todo se ha ido por el sumidero a la gran cloaca, cuya tapadera quieren sellar con la silicona del dinero y cuyo nombre lo denominan globalización. A los grandes pensadores del siglo XX los han convertido en ninots de cartón piedra y con la lamida traca de las postmodernidad han creado fuegos de artificio de los cuales lo único que se oye es el aullido del dinero. Han llegado a conseguir la gran feria en que unos cuantos titiriteros manejan como marionetas de guiñol al personal y es tan sutil la representación que los tienen embobados, como cuando a un niño le das un juguete. Con todo, no sé qué extrañar más, si la ingratitud o la pasividad de los mortales. Nos engañan con el PIB, la subida de impuesto, del IRPF y lo que realmente sube es la cifra de paro por encima de los cinco millones.

Al final, un poco cansado, pidió un poco de bicarbonato y le contesté: "De todas formas, lee las instrucciones de este medicamento y consulta a tu farmacéutico". Yo pienso que, un poco molesto por mi sugerencia, sacó un gran maletín, el cual como es lógico contenía un Ipad, un ordenador portátil, un móvil que contenía todo y un patinete desmontable. Y con suma suavidad lo ordenó como si fuese un pequeño puzle. Sonó el móvil y, sin terciar palabra y con la habilidad de un equilibrista, montó en el patinete y se alejó como alma que lleva el diablo, cuesta abajo, como es lógico. De lo que no estoy seguro es si todo esto lo soñé o ha sido producto de la lectura de un artículo del brillante periodista José Luis de Alvite que dice en uno de sus párrafos: "Una cabeza reflexiva ayuda menos a la regeneración moral de un hombre que su cuerpo extenuado".

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