Los hermanos

Nuestra democracia ha sido rácana a la hora de homenajear a los muertos y a los exiliados de la Guerra Civil

Como todos sabemos, se cumplen ahora los ochenta años de la muerte de Antonio Machado en la pensión Bougnol-Quintana de Collioure. Nuestra democracia ha sido rácana a la hora de homenajear a los muertos y a los exiliados de la Guerra Civil. Quizá sea por el insalvable sectarismo que nos lleva a dividirlo todo en un relato de buenos y malos, o porque tenemos muy poca visión de Estado y sólo sabemos actuar en nombre de espurios intereses partidistas. El caso es que en cuarenta años de democracia no se ha homenajeado a los muertos y exiliados de la guerra, muchos de los cuales estaban vivos hace treinta años y hubieran estado orgullosísimos de recibir un homenaje por parte de nuestro Estado, con el rey a la cabeza y seguido por todo el Gobierno, ya fuera de derechas o de izquierdas. Y repito que muchos de esos exiliados habrían recibido encantados el homenaje, ya que las personas que vivieron la guerra y la perdieron -sufriendo muerte y prisión y exilio en muchos casos- demostraron ser mucho más generosas que sus herederos ideológicos que no tienen ni idea de lo que pudo ser una guerra civil.

Como ejemplo, basta pensar en el caso de Manuel Machado, el hermano de Antonio, también poeta y también republicano. Sólo que Manuel tuvo la mala suerte de estar en Burgos el 18 de julio de 1936. Aquel día, Manuel Machado y su mujer tenían que coger el tren de regreso a Madrid, pero se retrasaron más de la cuenta y perdieron el tren. Por la tarde, los militares sublevados cortaron todas las comunicaciones. Manuel lo pasó mal: lo encarcelaron unos días y pasó mucho miedo. Después corrió a hacerse falangista -como tantos otros- y empezó a escribir poemas en honor de Franco. Pero si aquel día no hubiera perdido el tren, lo más probable es que también él hubiera muerto en el exilio, tal vez en Francia o en México. Y ahora nadie lo consideraría un poeta venal y franquista, no, sino un valiente poeta republicano muerto en el exilio.

Y uno se pregunta, por cierto, qué le habría pasado a Antonio si hubiera sido él quien estuviera aquel día en Burgos en vez de su hermano. Porque eso es lo que tienen las mitologías de buenos y malos: que se construyen como relatos monolíticos en los que todo parece responder a un guión inflexible, aunque a veces el azar de un tren perdido hace que alguien que podría haber sido bueno se convierta de pronto en malo.

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