Por montera

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El hombre en llamas

LO quemaron vivo y su madre no lo sabía. Tampoco su esposa. Se lo dijeron un mes después. Así es el sadismo deliberado que se gastan los miembros terroristas del Estado Islámico que apresaron, el pasado 24 de diciembre en la localidad siria de Raqqa, al piloto jordano Muad Kasaesbe. Lo tuvieron capturado durante diez días en los que se aceleraron las gestiones políticas para que soltaran al piloto, de veintiséis años. Pero, a pesar de que el rey de Jordania estaba dispuesto a liberar a los terroristas colegas de los secuestradores éstos montaron todo un espectáculo sobre la muerte. Se puede asesinar de muchas maneras según la perversión mental del asesino pero la recreación a la que fue sometido Muad hizo que se añorase el tiro en la nuca. En un terreno del desierto donde por el calor no es capaz de asomar ni un mal matojo instalaron una enorme jaula. A su alrededor, varias cámaras de vídeo para filmar la muerte. Los terroristas se tomaron su tiempo pensando en los detalles de dejar un reguero de gasolina desde la jaula a donde estaba la mano que sostenía la maza con la que prendería el fuego.

Prendieron la llama que corría en línea recta de manera inexorable hacia en interior de la jaula donde se colgó a la túnica anaranjada con la que fue vestido Muad y que habían empapado de gasolina. El hombre ardió en llamas mientras sonaba la música elegida por los realizadores de este crimen tan cruel. Muad, durante la espera al montaje cinematográfico, miraba al cielo mientras movía los labios de los que se intuían sus oraciones a Alá. Supongo que él creería que su familia sabía que estaba muriendo y a ella se aferraba recordando los momentos de amor que había vivido junto a su flamante esposa con la que llevaba casado tan sólo cinco meses. Se arrepintió de no haber podido irse de luna de miel por culpa de la misión para detener a los yihadistas. Al otro lado de las rejas, pensaría, estaría su madre rezando por su inminente muerte. Pero los terroristas le robaron, incluso, eso. Que su madre, además de implorar por su libertad una vez más, trataría de detener con su pensamiento el hilo de fuego que corría hacia el interior de la jaula. Entrar en ella y arrancarle las ropas empapadas en gasolina. Sofocar el fuego que prendió desde los pies hasta la cabeza a su querido hijo. Le robaron el poder, con su pensamiento, consolar el horrible dolor que sufrió durante horas. Si una incineración dura cuatro, la tortura a Muad lo superó en vida. Sin anestesia, sin la mínima posibilidad de reducción. Los asesinos de Muad ni siquiera le permitieron a su familia rezarle y acompañarle con el pensamiento. A su madre, a su esposa, a su padre y sus siete hermanos les robaron el consuelo de haberle acompañado su alma mientras ardía. Ahora tienen la certeza de que su hijo murió, quemado vivo, y solo.

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