La tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Del 'hombrenuevo' a la ingeniería social

LA idea del hombre nuevo está unida a la tradición cristiana. Procede básicamente de San Pablo que la utiliza como sinónimo del hombre configurado según Cristo. En el transcurso de los dos últimos siglos se desprende de su referente religioso, para convertirse en el ideal de algunas ideologías modernas omnicomprensivas. Así, la versión secularizada de la vieja idea paulina será recogida también por la izquierda, tanto de origen marxista como anarquista.

En este primer caso, el hombre nuevo puede ser construido por el propio hombre, zafándose de los tabúes tradicionales, con la ayuda del Estado. Y esta convicción estará presente entre los seguidores de los partidos socialistas y comunistas, hasta, por lo menos, los tiempos inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial.

Luego, tales formaciones políticas, a excepción de los comunistas de la Europa del Este y de sus epígonos, experimentarán una conversión gradual hacia las ideas socialdemócratas. Hoy es ésta la línea dominante en ellas. ¿Qué ha ocurrido, pues, con la vieja idea del hombre nuevo y su correlato social correspondiente?

Sin duda, serán muy pocos quienes, abiertamente, confiesen su confianza en el logro de ese objetivo. La crisis de la izquierda se llevó consigo, hace ya más de medio siglo, esa creencia. El acercamiento ideológico hacia algunas tesis clásicas del liberalismo, hizo que se viniesen abajo unos cuantos pilares, hasta entonces sólidos, de la izquierda tradicional, como son los de la sociedad sin clases, la economía dirigida o autogestionada o la autoposesión del hombre, inseparables todos de la utopía socialista de nuevo cuño.

En un rápido proceso posterior aún más breve, sin el pertinente debate interno ni la necesaria autocrítica, la izquierda se ha visto obligada a tomar de prestado para su subsistencia, además de algunos principios capitalistas, otros provenientes de ideologías más o menos elaboradas, tan dispares entre sí e, incluso, discrepantes con los principios de su ideología clásica, como son el feminismo radical, el laicismo, el relativismo posmoderno, el ecologismo o la multiculturalidad. El contagio, qué duda cabe, ha salpicado también a la derecha, pero, por razones que no podemos desarrollar aquí, de forma menos intensa.

El caso español nos permite ver con gran nitidez esta transformación histórica, aunque tenga sus propias peculiariedades. La izquierda de nuestro país, como la de otros del entorno, no aboga ya por la sustitución del sistema de libre mercado. A juzgar por sus actos y por los comportamientos de algunos de sus militantes de cierto rango, más parece encontrarse dentro de él como pez en el agua. Así, la parte novedosa de su programa tiene que ver más con posiciones, cuya base se encuentra en las citadas ideologías, que con temas estrictamente económicos. Recordemos las leyes vinculadas a las políticas de igualdad, "reproducción sexual", "libertad religiosa", "alianza de civilizaciones" o "cambio climático", por no citar sino los temas más frecuentes.

Sin embargo, no por eso ha desaparecido toda vinculación con el pasado. La política exterior es una prueba evidente. Quedan aquí viejos tic, como los del antiamericanismo, el apoyo sin fisuras a los palestinos, a las viejas dictaduras de izquierda, así en el caso de Cuba, o a determinadas acciones violentas si llevan la etiqueta de liberación. Con todo, es en la reaparición del tema del hombre y la sociedad nuevos, eso sí bajo diferente contenido, donde el antiguo vínculo, sólo en apariencia oculto, se hace más patente. Ello ayuda de paso a conjurar los malos resultados económicos y a ganar el apoyo de determinados sectores minoritarios emergentes.

Ya no se apela abiertamente al concepto otrora clave, confundido ya con el pasado. Pero, qué duda cabe, la promulgación de ciertas leyes y la tozudez sostenida con que se van implantando, evocan el viejo ideal, identificable, según nuestra jerga actual, con toda una verdadera empresa de ingeniería social teledirigida. En otras palabras, la construcción (palabra hoy omnipresente) de un orden, al margen de sanas tradiciones, creencias y sensibilidades seculares mayoritarias, desde el propio Poder, a golpe de leyes.

La inspiración de las mismas, no proviene ya del viejo vademécum de la izquierda, sino de las ideologías más arriba citadas que, a modo de préstamo, sirven para darle el marchamo de política progresista y actual. El resto consiste, siguiendo aquí una práctica usual, en ir copando espacios de poder e influencia en todos los ámbitos, pero sobre todo en el cultural y el de los media, con personas ganadas por conveniencia o convencimiento para la referida ideología. De esta forma se llega a crear la base necesaria sobre la que habrá de descansar el nuevo modelo social, diseño de laboratorio; eso sí, con la etiqueta de izquierdas y progresista.

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