Leo que se espera una victoria por goleada del escote palabra de honor en la alfombra roja que se extenderá hoy para la gala de los Goya y pienso que al fin todo esto tiene sentido. Al cabo, pocas cosas como un palabra de honor bien lucido justifican una fiesta. Y las fiestas son necesarias, claro, dan visibilidad y todo eso; además, conviene tomarse los negocios menos en serio de vez en cuando, aunque sea por una mera cuestión de higiene. Pero, al final, estaría bien que todo lo invertido sirviera para algo más. En lo relativo al cine español, por muchas fiestas que montemos, la situación en la que llegamos a la gala es delicada e incierta: la cuota de pantalla en salas se quedó en un 15%, el peor dato desde 2013, en un año con buen rendimiento de taquilla y con una muy buena cosecha de cine español, incluido un santiagosegura que brindó su correspondiente pelotazo. Cierta norma no escrita apunta a que una taquilla al alza se resuelve con un dato negativo para el cine español, pero, más allá de esto, lo cierto es que el cine, como arte y como industria, está inmerso en una evolución de vértigo y habría que ver si el cine español como marca está dando las respuestas oportunas. Supongo que no queda otra que admitir a trámite el dictamen de Martin Scorsese: las salas se han convertido en una franquicia de las películas de superhéroes, que pueden ser muy artísticas, no lo dudo (las críticas, por lo general, suelen poner estas propuestas por las nubes), pero a nivel comercial actúan en virtud de una hegemonía radical: no es que la alternativa quede confinada a un margen cada vez más estrecho, es que el margen, directamente, corre el riesgo de desaparecer. Al mismo tiempo, algunas de las películas españolas que más han gustado a un servidor últimamente han tenido su distribución en Netflix, como Diecisiete, de Daniel Sánchez Arévalo, y Klaus, de Sergio Pablos. Por no hablar de las series. La necesaria alianza con el streaming da buenos frutos, pero ¿estamos dispuestos a decir adiós a las salas de cine? Parece que el público sí.

Y, al cabo, es razonable que los creadores apunten a las plataformas dadas las posibilidades de producción y proyección. Ya que no se puede competir con Los Vengadores en su misma liga, igual cabe desarrollar alguna medida de orden político: no es razonable, como apuntaba Antonio de la Torre, que una película como El Reino recaude en Francia el doble que en España. De lo contrario, de aquí a unos años sólo podrán rodar aquí Almodóvar y Amenábar (algo que ya se percibe, de hecho, en la abultada diferencia en cuanto a número de nominaciones a los Goya entre las películas favoritas y el resto). Todo esto, claro, en el caso de que hacer cine sea importante. Si no, no pasa nada: podemos quedarnos con el palabra de honor y tan contentos. Por cierto, tampoco estaría mal que Málaga ganara algo en claro de todo esto. Bueno es el esfuerzo para traer la gala, pero tal vez el trabajo de quienes se dedican aquí a hacer cine, contra viento y marea, merece otro tanto. Ganaríamos todos.

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