GRIÑÁN se empeñó en acaparar todo el poder en el socialismo andaluz, y lo va a conseguir. Será presidente de la Junta, secretario general y poseedor de la última palabra sobre los candidatos a alcaldes y diputados autonómicos. Es lo que quería: si va a ser él quien dé la cara en circunstancias de poder menguante, debe tener el control. Lógico.

Le supongo, por inteligente (él, no yo), consciente también de que este poder buscado implica también la máxima responsabilidad por su ejercicio. Si vienen mal dadas y pierde sus apuestas en las urnas, no podrá desviar la atribución de culpas a nadie más que a sí mismo. Seguramente nunca imaginó que al final de su vida -política- iba a enfrentarse sin remedio a un desafío tan grande, y tan arriesgado.

A ver. Chaves le cedió los trastos confiado en que su amistad profunda y largo compañerismo le permitirían seguir influyendo en el PSOE andaluz y, aunque a regañadientes, ha terminado por hacer mutis por el foro. Por esa parte no va a haber obstáculos ni chinitas. Al hombre de Chaves por antonomasia, Luis Pizarro, lo quitará de vicesecretario general y de consejero de la Junta. En cuanto a los aparatos provinciales, habituados a la posición de firmes, no les va a costar ningún trabajo cambiar sus lealtades. Ahora toca obedecer a Griñán. Hasta se han comprometido a evitar que haya listas alternativas en la elección de los delegados al congreso. Las minorías críticas que tienen cuentas pendientes en Sevilla, Málaga o Cádiz las dejarán para otra ocasión.

El congreso será, pues, una balsa de aceite. Volveremos a la época de los congresos a la búlgara, con mayorías aplastantes, aclamatorias, sin debates dignos de este nombre, y únicamente con las tensiones inevitables cuando son muchos los llamados y pocos los escogidos: siempre serán más numerosos los que creen merecer un puesto en la nueva Ejecutiva que los que de hecho entrarán. En eso no hay variación.

Hará Griñán una dirección a su imagen y semejanza, y ya ha dado pistas del personal que le interesa para los puestos clave al encargar la organización del cónclave de marzo a los treintañeros próximos a los cuarenta Rafael Velasco y Mario Jiménez. También cambiará el Gobierno, claro, como ya anunciamos, aunque lo haya estado desmintiendo desde entonces, incluso a los consejeros que van a caer con toda seguridad. Será más reducido, salvo que se pase por el forro de los caprichos su reiterado compromiso de adelgazar la Administración. Yo creo que ya lo ha decidido.

Excusas no tiene. Ni siquiera puede refugiarse en el desastre de ZP si las cosas pintan mal. El PSOE ha gobernado en Andalucía desde 1982, ininterrumpidamente, con otros tres presidentes distintos, con gobiernos amigos y enemigos en Madrid. Si pierde ahora, habrá que preguntarle a él.

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