Dónde demonios reside el alma. Es de uno de los debates metafísicos más adictivos e imposibles, ha enfrentado a algunas de las mentes más espléndidas. En el corazón, en el cerebro, en impulsos nerviosos, en la sangre, en la glándula pineal, en el estómago, en cada célula. Yo no estoy a la altura de Kant, Sócrates, de los científicos más versados. Ni sé dónde está (quizá esté yo dentro de ella). Solo que se me estremece, se me enfría, pone en mi boca cosas que no me había dado tiempo a pensar. La noto oprimiéndome la garganta, en el sonido que me devuelve el mar, en el olor de la carne mechada que hace mi madre. Y sé que se me ha muerto un trozo de la mía con Chadwick Boseman.

Me siento como Michael J. Fox en Regreso al Futuro, siento que de la foto de mi vida se borra una parte. Así funciona el arte: es un súbito impacto en el presente que se convierte en una fotografía en el álbum de los sentidos y en un futuro que te visitará como fantasma o como ángel de la guarda, según lo almacenes. Qué bien lo resolvió J. K. Rowling con los horrocruxes: vamos depositando partes de nuestra alma en el jingle de un anuncio, un chándal celeste que nadie tenía, la falda blanca de aquella veraneante guiri de tu infancia, ese CD que ya no te atreves a oír para no desmoronarte. Y por ahí, recuerdo a recuerdo, vamos diseminando nuestra vida.

Ha muerto Black Panther, y con él esa parte de mí que voló por Wakanda a golpes de rap. Y, pfff, no me quiero imaginar cuando llegue la hora de Robert Downey Jr. o Chris Evans. Porque cuando uno circula por los años bisagra de la cuarentena, por la equidistancia entre el camino recorrido y el que imagina que le queda, el vértigo golpea más fuerte. Y van apareciendo más horrocruxes. Yo tengo más de los que recuerdo, pero últimamente han llamado bastante a mi puerta. La primavera estudiantil que preconizaba el todo o nada de Andrés Calamaro. Las benditas conversaciones al volver del cine del Rincón en mi Golf Plus. Ese surrealismo que me posee de vez en cuando y que me metió en vena Pedro Reyes cuando comiendo veía No te rías que es peor. Las noches de tiempo detenido del Cosa Nostra (ahora impostado por un simulacro llamado Theatro). El sonido de aquel balón de plástico con caricaturas de la Selección Española que era el eco de una infancia que dominaba el tiempo a su merced. Uf, y aquel Promises de los Cranberries que anunciaba un verano de cambio y felicidad.

Pero no todos lo horrocruxes arrebatan un trozo de alma, también la rellenan. Me pasa cuando me acuerdo del vitalismo de Pablo Ráez, cuando veo un chiste de Chiquito que recito de memoria. Cuando un pasodoble de Juan Carlos Aragón me expande el cerebro y me inspira. Con mi perro mirándome ladeando la cabeza. En aquellas vacaciones de Orlando, las mejores que tendré.

Quizá el alma sea un ajuste de cuentas. Una mera operación matemática. O un inventario. O este artículo, ya convertido en un horrocrux de quien lo haya leído.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios