...Y dos huevos duros

Este afán de distinguirsenos llevará siempre a un callejón sin salida y a abortar cualquier reforma

Cuando se construye un discurso político basado en la utopía, la demagogia o la ensoñación, sin atender a la viabilidad de lo propuesto siempre se produce un choque y una frustración al contrastarlo con la realidad y sus limitaciones. Algo de esto le pasó a Podemos cuando intentó que sus planteamientos se trasladaran al mundo real. En tan solo cinco años, desde que aparecieron en el tablero político, han ido atemperando sus planteamientos y olvidando programas que desde el inicio se veían imposibles. No obstante, a pesar de esta llamativa transformación, aún mantienen actitudes que siguen perteneciendo al campo de lo inviable. Es ese reducto de sentirse diferentes lo que a veces les lleva a realizar propuestas que de antemano se saben imposibles y, por tanto, fallidas.

Eso puede pasar con la anunciada reforma constitucional. Hecha una propuesta sobre una materia en la que se podía conseguir el acuerdo, los aforamientos, no han resistido la tentación de buscar la diferencia con la actitud grouchiana de pedir, además, dos huevos duros. No se entiende bien por qué si se está de acuerdo en disminuir los aforamientos, se exige la inclusión de otras materias que corresponden a otra regulación constitucional y a otro procedimiento de reforma. Con esta teoría de pedir algo más que el resto de partidos políticos, lo que en realidad se está haciendo es imposibilitar un cambio necesario y posible. Es cierto que para un sector de la población la inviolabilidad del jefe del Estado puede parecer razonable, pero se sabe, a poco que se conozca el panorama político, que esa propuesta no gozará de la mayoría parlamentaria suficiente. Porque puestos a imponer un criterio propio sin sentirse obligados a buscar un acuerdo, aunque sea de mínimos, bien se podía plantear no sólo la inviolabilidad del monarca, que en el fondo es una propuesta limitada, sino algo más ambicioso como la propia eliminación de la figura del Rey y sustituirla por la de presidente de la República. Puestos a boicotear la reforma posible y marcar la diferencia, esta hubiera sido una propuesta más lógica.

Este afán de distinguirse a cualquier precio nos llevará siempre a un callejón sin salida y a abortar cualquier reforma que se proponga. Pero la realidad será que cuando la sociedad se queje de esta anacrónica situación de los aforados habrá que pasarle su parte de culpa a los que hicieron inviable esa reforma, aunque fuera por su principio de pedir siempre dos huevos duros.

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