El imperio del boato

Donde esté la luz del Mediterráneo que se quiten todas las luces de Larios, que más que embriagar, ciegan

Hay un lugar que el Mediterráneo halaga, donde la tierra pierde su valor elemental. Donde el agua marina desciende al menester de esclava y convierte la líquida amplitud en un espejo reverberante, que refleja lo único que allí es real: la Luz". Esto escribía Ortega y Gasset sobre Málaga, a principios del siglo pasado, y el texto me viene a la mente mientras contemplo la escultura que lo conmemora en el paseo marítimo de El Palo, "Emperador dentro de una gota de luz". "El imperio de la luz" era como llamaba Ortega a este rincón privilegiado, que disfrutó durante los años que estudió en Málaga, en el instituto Gaona y en los jesuitas de El Palo. Y uno puede entender fácilmente que lo que más fascinara a Ortega de esta tierra fuera precisamente su luz, no solo capaz de embriagar a un joven madrileño, sino también a todo un Jorge Guillén, que escribía esto desde Málaga: "La luz -entre el cielo y el mar-/ Se filtra por la persiana./ Quiere sólo murmurar/ Este cotidiano hosanna". Darse un baño de luz en Pedregalejo es nuestro pequeño milagro cotidiano. Pasea uno por aquí cualquier día de enero, como yo ahora, y encuentra un tropel de adoradores de la luz, extasiados en cada chiringuito, en cada terraza, en cada malecón, absorbiendo hasta la última gota de una luz que es luz y es mar a la vez. "Ver toda la mar enfrente/ y no estar triste por nada/ mientras el sol se arrepiente", dice un poema de Alcántara. Y cuando cae la última gota, y no antes, despiertan todos como de golpe, como si sonara una campana, tocando volver a casa hasta el milagro de mañana.

Pero este culto, como todos los cultos, es excluyente, uno no puede entender que se adoren otras luces teniendo la única y verdadera. Donde esté la luz del Mediterráneo que se quiten todas las luces de Larios, que más que embriagar, ciegan. Resulta chocante que en la ciudad con la luz más hermosa paguemos una pasta por deleitarnos con una luz artificial, y una música melosa. Y sin duda ha sido un éxito incontestable, sobre todo comercial, aunque si querían de verdad mostrar una maravilla, quizá no había más que acercarse un poco por la orilla, que sale mucho más barato. Pero corren nuevos tiempos, y hay que aceptarlos, hoy día lo que cuenta ya no es el imperio de la luz, sino el imperio del boato. Que según dicen, además, dinero deja un rato.

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