calle larios

Pablo Bujalance

El imperio de la lógica

EN El estado de sitio, la obra de Albert Camus que estos días representa el Centro Andaluz de Teatro en la Sala Cánovas, la Peste impone su gobierno tiránico en la ciudad de Cádiz. Cuando el dictador se dirige al pueblo, le instruye en una normativa que aspira sobre todo a ser lógica, y lo único que espera de sus plebeyos es que "sean razonables". En Calígula, otra obra de Camus, el emperador consagra también la lógica como ley absoluta. Lo sorprendente, y lo aterrador, es tener que admitir que Camus no se equivocaba. Cuando el anterior gobierno socialista y el actual popular han emprendido sus reformas siempre se han dirigido en los mismos términos a la ciudadanía, la oposición y los medios de comunicación: hay que ser razonables. Soraya Sáenz de Santamaría lo dijo a la perfección nada más darse a conocer la última reforma laboral: el gobierno, en este caso, ha actuado inspirado por la lógica. Lo razonable, claro, es que cuando hay mucho paro se estimule la creación de puestos de empleo a costa de los derechos y la seguridad de quienes sí trabajan. Y se dirigió a los trabajadores de esta manera: "Esto tienen que entenderlo". O sea, hay que ser razonables. Así que la facilitación del despido, la precariedad en el empleo y la inseguridad profesional son consecuencias de la razón. Luis de Guindos acudió a los mismos argumentos para contar que había reducido la necesaria ley sobre la dación en pago para los hipotecados que pierden sus casas a un código de buenas prácticas al que los bancos pueden acogerse voluntariamente: esto, y no otra cosa, es lo razonable. Claro. Pero si la premisa sigue siendo que unos pocos se enriquecen a costa de la pérdida adquisitiva de muchos, la siguiente conclusión lógica será que quienes dispongan de un puesto de trabajo lo desempeñarán no a cambio de un salario, sino de ciertos elementos básicos como un agujero, un colchón, algo de pan diario y unos zapatos. Hitler no hizo otra cosa que aplicar la lógica. Razonen, pues.

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