Ni una lágrima

La mayoría de nosotros habrá preferido recordar a aquellas víctimas inocentes, que en gran parte fuimos todos

Si algo ha caracterizado el final de la banda asesina ETA ha sido la falta de empatía con todos aquellos a los que hizo sufrir. ¿Cómo es posible tanto odio hacia los desconocidos? ¿Quién se atrevió a educar contra el mundo a estos gudaris de pandereta? Estas preguntas sin responder quedarán para siempre en la historia de nuestro país, pero no hay duda de que los creadores de tanta maldad no están en las cárceles ni en sepulcros blanqueados, sino bien vivos y expectantes ante lo favorable que les depare el futuro. Esperemos que al situarse en el acto final con los asesinos, PNV, Bildu y Podemos den muchas explicaciones a sus atónitos votantes, porque la mayoría nunca pudieron pensar que sus representantes, en este momento crucial, dieran la espalda a las víctimas.

Hay que agradecer a los medios de comunicación que no hayan dedicado mucho interés a este folclórico fin de Euskadi Ta Askatasuna. La mayoría de nosotros habrá preferido recordar a aquellas víctimas inocentes, que en gran parte fuimos todos, y que perdieron a sus familiares y amigos por la simple decisión del carnicero de turno. Es el momento de sentir con ellos y de acompañarlos, porque son los verdaderos héroes de esta historia que termina. Tanto es así que sorprende el miedo existente en el mensaje final de ETA con su petición de paciencia a las víctimas (o a una parte de las víctimas, según su demagogo comunicado) ¿acaso no han tenido suficiente paciencia aquellos que pudieron haber actuado contra ellos con la misma violencia descarnada? Estos filoterroristas deberían haber medido mejor sus palabras, porque el respeto debido, especialmente a las víctimas, es inmenso y este final sólo debe llevar a los etarras al ostracismo y a la irrelevancia.

Parece mentira que estas palabras escritas hubieran podido poner en el ojo del huracán a cualquier columnista de opinión hace pocos años. Pero no olvidemos que así fue, y que la omertá que hoy vive el pueblo vasco es señal inequívoca de que el rencor y la venganza aun fluye entre ikastolas y herrico tabernas. Todos tiemblan al tratar estos temas porque saben que las pistolas están ahí, y los cerebros de los que las empuñaban aún perviven en su supuesta lucha armada. Serán necesarias algunas generaciones para olvidar todo aquello, especialmente para los que seguirán visitando a sus familiares en los cementerios, pero sabemos que sin duda llegará ese día.

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