Si todo el mundo trata de cortar su endeudamiento y su gasto al mismo tiempo, el resultado será una depresión: esa es la paradoja del ahorro, expresión acuñada por el Nobel Paul Samuelson. No lo dice un peligroso marxista, sino Martin Wolf, editor del muy liberal Financial Times, en un libro sobre la anterior crisis. Porque eso fue justamente lo que los responsables de la política económica y monetaria de la eurozona impusieron a los países más endeudados en la crisis de 2008. Aquel austericidio provocó, en las economías más débiles de la zona euro, un desastre económico y social y cuyas consecuencias políticas pudieron resultar devastadoras para la propia UE. Ahora las autoridades europeas, conscientes supongo de su anterior error, se han enfrentado a esta nueva crisis con una visión opuesta: logrando hacer posible lo que parecía imposible. El avance conseguido ha sido enorme y la UE ha salido de la cumbre más fuerte y cohesionada. Lo que no es poco, en tiempos de extrema polarización partidista y de auge de nacionalismos y populismos. En el actual contexto geopolítico, lo ocurrido es una gran lección para el mundo. Lo es también para España, donde la división parece insalvable. Frente a los que creen que la política solo se manifiesta en el conflicto, el acuerdo europeo demuestra que es en la capacidad de pactar y de consensuar cuando la política muestra su verdadera naturaleza.

Muy al contrario, en los últimos meses en nuestro país, desde tribunas periodísticas y académicas, se pretende justificar el clima de crispación guerracivilista que vivimos como algo inevitable y consustancial a la política. Parece que, a algunos intelectuales, su comprensible oposición a la mayoría gubernamental los haya llevado a deslizarse, desde ideas supuestamente liberales, hacia la dialéctica amigo-enemigo. Aunque es muy probable que si la situación fuese la opuesta -que gobernasen los que están en la oposición y viceversa- también lo serían sus opiniones. Incluso les he leído sesudos artículos defendiendo el constitucionalismo de Vox, mientras enfatizan el evidente inconstitucionalismo de algunos apoyos del gobierno. Pero que lo segundo sea cierto, no quiere decir que también lo sea lo primero: nada hay en el discurso de Vox, ni en sus actitudes, ni en su ideario, que tenga que ver con la Constitución. Al contrario, representa los valores e ideas opuestas a las que la hicieron posible.

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