Yo soy uno de los miles de afectados por la cláusula suelo que los bancos nos colaron cuando decidimos comprarnos una casa con una hipoteca en plena cresta de la ola inmobiliaria y también soy una de las muchas personas dispuestas a llegar hasta el final para que me devuelvan lo que parece haberse confirmado ahora que me han cobrado de forma no demasiado transparente en todos estos años. Cuando trato de pensar en lo que me dijeron en su día en el banco acerca de este curioso punto del contrato, tengo que reconocer que a pesar de haberlo revivido mentalmente una y otra vez no logro recordar que nadie me advirtiera en ningún momento de ese supuesto. Tal vez porque se daba por hecho que el Euríbor no iba a iniciar una caída sin límite en los años siguientes o simplemente porque no interesaba que supiera que me estaban obligando a pagarles de más y punto si eso ocurría. Efectivamente cuando empezó a sonar todo eso de la popularmente conocida como cláusula suelo hurgué en aquel tocho que firmé en su día en mi contrato de hipoteca y allí estaba, pero eligieron otra definición más técnica y menos comprensible para complicar la tarea. Límite a la variación del tipo de interés. Y años después descubrí escandilazada cómo había estado pagando de más desde el mismo día desde que compré mi casa. Supongo que como tantas y tantas personas a las que les ha ocurrido algo así, hemos pensado en alguna ocasión que pecamos de inocentes y que quizás deberíamos haber sido más diligentes. Pero en nuestra defensa diré también que jamás se podría haber pensado que alguien nos pudiera engañar en nuestra cara de esa forma tan vil y opaca. No es algo que diga yo. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea lo dejó muy claro. Lo increíble es que haya entidades financieras que sigan negando la mayor y, lo que es peor, que se les permita. Una vez que las cosas han llegado a este límite, no se puede permitir que siga habiendo gente que esté aún atada a esta cláusula abusiva. No hay derecho y, sin embargo, de una forma u otra se les ampara. Pero el mensaje ya ha calado de lleno en la conciencia social y el fenómeno provocado es ya imparable. Quizás hace diez años pocos pensaban en revelarse contra las condiciones impuestas por los bancos, esos entes que contribuyeron a financiar e inflar un estado económico ficticio. Pero a estas alturas e inmersos todavía en los efectos de una dura crisis, lo tendrán más complicado para colar estas cláusulas en la letra pequeña.

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