La aprobación con respaldo parlamentario mayoritario de la nueva ley de la eutanasia es un importante acontecimiento. Lo es, además, porque responde a un amplio consenso social sobre la necesidad de regular legalmente el derecho a una muerte digna. Como antes había ocurrido con la regulación de la interrupción del embarazo, el matrimonio igualitario, las leyes de igualdad o la de violencia de género, que nos sitúan entre los países más avanzados en materia de derechos y libertades individuales, y que son un claro exponente del progreso moral de la sociedad española. Algo que para los que vivimos la noche oscura de la España nacionalcatólica tiene especial significado. Claro que no todo el mundo lo ve igual, son también muchos los que, por razones morales o religiosas, rechazan la ley de la eutanasia como antes rechazaron todas las leyes que venían a ensanchar nuestros derechos y libertades. Son opiniones que respetamos, aunque no todas sean igualmente respetables, no lo son desde luego las de quienes atacan la ley con barbaridades tales como "eliminación de los más vulnerables" o "industria de muerte". Ni esta ley, ni ninguna de las antes citadas, obliga a nadie a hacer nada en contra de sus convicciones. Sin embargo, los que se oponen a estas leyes sí intentan, como ha ocurrido en el pasado, imponer las creencias y supersticiones de su tribu moral al conjunto de la sociedad. Me parece bien que haya quienes crean que nacemos y morimos por decisión de un ser sobrenatural y que sólo su Dios puede decidir cuándo y cómo morimos. Lo que no es aceptable es que, quienes no creemos esas cosas, estemos obligados a comulgar con ese absurdo determinismo y no tengamos nada que decir en el momento más trascendental para cualquier ser humano como es el de su muerte. En este tipo de debates siempre me llama la atención una grave contradicción. El PP y Vox defienden que el Estado siga persiguiendo penalmente a quienes ayudan a morir con dignidad a personas a las que, por su situación extrema, prolongarle la vida sólo se puede considerar una sádica crueldad. Pero a la vez presumen de liberales en cuestiones materiales, negando cualquier intervención del Estado en la economía: no quieren que el "estado meta mano en nuestros bolsillos" pero exigen que la meta en nuestras conciencias.

Agradezco a todos los que la votaron a favor, porque esa ley de eutanasia que aprobaron nos hace más libres y más tolerantes

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