El libro de las Atarazanas

Pérez-Mallaína ha dedicado unos diez años al estudio de un edificio que ha sido testigo de la historia de la ciudad

El charlatán de feria que pretendía vender un aparato difícil de conseguir, un pelador de patatas, repetía una y otra vez: Las palabras vuelan y los hechos son los que permanecen. Era en la antigua Feria de Muestras y los niños quedábamos embobados por sus palabras, en tanto los mayores acudían en masa a comprar semejante adelanto. Lo mismo pienso de las jornadas y conferencias si no se ven plasmadas en un libro: que vuelan y, por tanto, se olvidan y se pierden.

Tal vez sea por mi patológica condición de bibliófilo, pero nada hay como un libro para viajar por un país, para conocer una ciudad, para descubrir un monumento. Un libro y una buena tarjeta de crédito, afirma mi amigo e inquieto viajero León Lasa, son las dos mejores herramientas para viajar. Y hay libros que pueden calificarse de emblemáticos, esenciales, que resisten el paso del tiempo. Los historiadores bien saben de ello y, por eso, el artículo de hoy se lo dedico a un libro que será presentado mañana y que está destinado a ser la referencia durante décadas de un monumento que se encuentra en una tesitura difícil por cuanto mantiene numerosas dudas acerca de su conservación y restauración. Me refiero a Las Atarazanas de Sevilla, del profesor Pablo Emilio Pérez-Mallaína, catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla.

Son unos diez años los que este reconocido investigador ha dedicado al estudio de un edificio que, junto al Alcázar, ha sido testigo de la historia de la ciudad. Partiendo de las otras atarazanas que hubo hasta llegar a las medievales, esa catedral civil como algunos la han definido, se encuentra en un momento crucial para su conservación. Las injerencias políticas, los intereses especulativos y la agresividad de los intocables adalides del arte constructivo amenazan de forma grave a una estructura que ha sobrevivido las riadas del Guadalquivir, la invasión napoleónica y los derribos del pasado siglo. La conservación es costosa y la modernidad no siempre bien entendida. El futuro dictará sentencia como con las murallas y puertas desaparecidas en el XIX, pero siempre nos quedará este libro como testimonio de un edificio que en sí mismo contiene la historia del último milenio de la ciudad y que esperemos no quede irreconocible. Sobrevivió a los avatares de la historia, pero es capaz de sucumbir ante la voracidad y la barbarie que nos amenazan.

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