La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los límites del voto por cabreo

Podemos nació como una operación hábil, oportuna y oportunista para aprovechar, dándole cauce, la indignación de millones de ciudadanos duramente golpeados por la crisis que no se sentían identificados con las ofertas electorales de la izquierda socialdemócrata y de ese resto del naufragio comunista que es IU. La desafección hacia los llamados partidos tradicionales hizo posible que surgiera Podemos a la izquierda del PSOE y Vox a la derecha del PP. En ambos casos se trata de respuestas populistas a la crisis económica, con su cohorte de miedo, frustración y rencor, y a la pérdida de confianza en los dos grandes partidos erosionados por la incompetencia y los escándalos de corrupción.

Había un nicho de mercado electoral, una demanda que satisfacer, un territorio baldío que cultivar. De ahí surgieron casi a la vez Vox en diciembre de 2013 y Podemos en marzo de 2014. Podemos obtuvo resultados espectaculares desde el principio en las europeas de ese mismo año y los aumentó en las generales. A Vox le ha costado cinco años conseguir, con sus 12 escaños andaluces, un resultado importante. Ahora Podemos se cuartea. Y supongo que a Vox, cuando toque su techo, le sucederá lo mismo. El voto por cabreo tiene sus límites. Se los imponen las exigencias de la realidad y la sensatez de los ciudadanos.

El populismo propone soluciones ineficaces e irreales a problemas reales que afectan a muchos ciudadanos. Su éxito consiste en hablar abiertamente (sin complejos, suelen decir) de graves cuestiones que los partidos "tradicionales" eluden por estrategia, por convicción, por cobardía, por corrección política o por todo a la vez. Hay cosas de las que no está bien visto hablar, graves problemas sobre los que se pasa de puntillas, situaciones ante las que se cierran los ojos porque exigen soluciones duras. Los populistas los nombran y proponen soluciones. ¡Bien! El problema es que son democráticamente discutibles, difícilmente encajables en los marcos constitucionales y europeístas o directamente disparatadas. Si se aplican traen funestas consecuencias. Por ello no suelen tocar poder a través de las urnas, sino de pactos: las mayorías no confían en ellos. Y por eso la crisis por implosión de Podemos es una buena noticia para quienes confiamos más en el bipartidismo de tradición anglosajona que en la radicalizada fragmentación multipartidista a la italiana.

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