luces y sombras

Antonio Méndez

Más limpios

LO de la nueva gripe debe ser peor que el impacto que nos causó hace dos décadas el conocimiento general del sida. Entonces los gobernantes se afanaban por tranquilizarnos. No había riesgo de contagio si nos tocábamos o nos besábamos. Nunca se me olvidará el episodio de Monste, la pequeña que contrajo a través de la madre aquella enfermedad y el pánico de los padres del colegio Denis Belgrano a que la niña compartiera el aula con sus hijos por el desconocimiento del alcance de aquella nueva dolencia. Pero ahora algunos teóricos expertos dicen que el problema es el contacto y que cualquier muestra de cariño entraña peligro.

Este fin de semana pasado estuve en Madrid. La estación de tren era un mosaico de carteles con las recomendaciones del Ejecutivo. "Utilice un pañuelo para estornudar y luego tírelo a la basura", insisten en sus mensajes. Pero tras el fuerte aire acondicionado que padecí en el AVE recibí una bofetada de calor nada más poner el pie fuera del ferrocarril y otro cambio de temperatura al adentrarme en el Metro.

Iba concienciado para comportarme como buen ciudadano, pero me fue imposible. En un transbordo y mientras bajaba por las escaleras automáticas mi mano buscó desesperadamente el kleenex, la otra, que ya adivinaba que la maniobra no la completaría a tiempo, no se atrevió a taponar el foco bucal, que es lo primero que las recomendaciones exigen que no se haga y sucedió lo irremediable.

Al llegar al hotel, en el mostrador de la recepción otra vez el mensaje. "Use los servicios sanitarios con responsabilidad". Calculo que casi media docena de veces pasamos por urgencias en fin de semana el último curso con mi hija pequeña. Fiebre alta que no se retira. Las dudas. Que si gripe. Tal vez anginas, pero entonces hay que medicarlas. En la mayoría de las ocasiones se nos informó de que era un virus, sin apellidos, de tres o cinco días. ¿Y ahora qué?, ¿cómo soy responsable e identifico correctamente el factor A? Sólo puedo lavarme mucho las manos.

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