Hay otra pedrea de la lotería, una con recompensa emocional. Aquellos planes faraónicos que uno hace mientras sueña que le va a tocar no desaparecen al comprobar que el boleto no está premiado. Se reciclan en una inercia vital necesaria. Un vasito con base de endorfinas, un chorro de dopamina y unas gotitas de serotonina que ríete tú de los batidos de proteínas del gym. Y hay que tomárselo todos los días, que si no se le van las vitaminas.

Quizá porque sabemos que no se dará la carambola, esos sueños que edificamos en el cerebro no tienen nada que ver con los que de verdad alfombran nuestros deseos. Los que no se rellenan con números en un papel, los que centrifugamos cada noche en la almohada intentando convencernos de que al día siguiente los defenderemos con actitud soldadesca. Pero sale el sol y se nos van las fuerzas, igual que al soldado se le quiebra la fe cuando recuerda que está matando por una guerra que él no originó. Hablaba de esos otros sueños, los que no tienen que ver con el azar, sino con la fuerza de voluntad (no negaré que hace falta dosis de suerte, pero la meto entre paréntesis para que la guarnición no eclipse el principal del plato). A mí, que según los últimos datos de esperanza de vida en España circulo por la edad bisagra, me quedan bastantes pendientes.

Escribir una novela (en ello ando). Y este anhelo viene con bonus track, porque si no sale muy mal, querré escribir más. Ganar el Carnaval de Málaga con un repertorio que encoja estómagos en lugar de provocar lágrimas fáciles. Uno que recuerde que es un arte mayor, que el pueblo, además del voto en una urna, puede meter sus miserias, su sátira y sus yugos entre acordes y renglones, y cantárselos a la cara a sus opresores. Uno que recuerde que este concurso se gana perdiendo el miedo. Y no confundiéndolo con Got Talent u Operación Triunfo.

Volver a Orlando, el mejor viaje de mi vida, a darle una semana libre al niño que aún tengo dentro, a usar la única tecnología que no esclaviza: la de sus mágicas atracciones virtuales. Otras pendientes son recorrer varias zonas de Italia con mi madre como compañera y Croacia con una mochila. Llenar las paredes de una casa con esas fotos.

Dominar del todo el inglés y el italiano. Tocar la guitarra. Escribir alguna canción. Cubrir una final de Champions, una Eurocopa, un Mundial o unos Juegos Olímpicos. No sé cuántos ni cuándo podrán cumplirse. Lo que sí sé es que hoy se hará realidad otro: que tú, lector, estés dándole vueltas ahora mismo a los proyectos que te quedan por cumplir y que te mereces. Como en aquella cancha de baloncesto de barrio en que Will Smith, embutido en la piel de Chris Gardner, instaba a su hijo a proteger sus sueños.

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