MAL asunto cuando debes buscar excusas y justificaciones. Y así ha sucedido con los flamantes museos de Málaga, el Ruso y el Pompidou. Apenas un año después de su inauguración, las cuentas no cuadran. El número de visitantes es sensiblemente inferior al previsto, los ingresos por entradas se parecen poco a los presupuestados y, como siempre, el dinero público debe acudir al rescate para corregir el notable desfase.

La apuesta por los nuevos museos de Málaga fue de índole político y personal, en concreto, del alcalde Francisco de la Torre. Siempre dudé de los estudios de viabilidad que se dieron a conocer. El proceso fue a la inversa. Primero se decidió acordar el convenio para importar la franquicia de la pinacoteca y luego se encargo el informe que debía justificar la excelencia de la operación. Ni el clamor ciudadano demandaba atiborrar la ciudad de estos productos culturales, ni nadie en su sano juicio podía defender que los turistas, con estancias medias de apenas unas horas, bajarían de los barcos para hacer cola delante del Cubo del Puerto.

Ésa es la realidad, admitida fuera del periodo electoral. Los museos son un producto deficitario. Significa que para su mantenimiento la ciudad debe renunciar a inversiones muy importantes. Después de leer la crónica de sucesos del balance de la pasada fiesta de Halloween podríamos concluir que Málaga tampoco es hoy ni una ciudad más culta y educada.

El alcalde ha reaccionado ante estas noticias adversas con el grito de "más madera". Acaba de formalizar un acuerdo con el propietario de uno de los coleccionistas de arte antiguo de Europa para habilitar un edificio del centro para exponer al público una gran muestra arqueológica. No sé si Málaga necesitaba para completar su oferta exhibir piezas del antiguo Egipto. Un anuncio, además, a unas semanas sólo de la inauguración del museo de La Aduana, cuya sección de arqueología supera a la colección pictórica, según me han asegurado expertos que han accedido a sus salas. Y de postre, el propio regidor ha proclamado la necesidad de que el Museo Picasso de Málaga amplíe sus instalaciones a través del Convento de San Agustín. La Junta no ha reaccionado del todo bien a la iniciativa. El Picasso le cuesta a las arcas andaluzas 4,3 millones, el mayor desembolso público en esta materia en la comunidad. Prefiere huir de esa cáliz que el propio director del Picasso puso sobre la mesa en una entrevista hace pocas semanas en este periódico.

No seré quien defienda que el gasto en museos es innecesario y que la ciudad debería atender otras prioridades. La personalísima decisión del regidor ha logrado resituar a Málaga en el mapa. Pero es sólo una acertada operación de marketing.

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