El marqués inmóvil

Convertir la Alameda en dos boulevares que acaben en Larios será una señorial puerta de entrada al centro

Como los cometas que pasan cerca de la Tierra cada cientos de años, esta semana ha tenido lugar un fenómeno rara vez visto en Málaga. Un acuerdo. Un sí a un proyecto con apoyo mayoritario. Peatonalizar los laterales de la Alameda Principal, ampliar las nimias aceras y que el verde paseo, sin ser engullido por las terrazas de los bares, gane terreno al tráfico es una buena propuesta que cuenta con el beneplácito de los partidos de la Casona. Ya tenemos el gran proyecto de este mandato toda vez que la capitalidad de la Agencia Europea del Medicamento ha ido a parar a Barcelona, los terrenos de Repsol siguen empantanados y el nuevo plan para darle una solución al Guadalmedina conlleva una inversión de ciencia ficción. El niño nace con el pan del consenso bajo el brazo.

Convertir la Alameda en dos amplios bulevares que desemboquen en Larios, con sus portentosos árboles y unas fachadas remozadas será una señorial puerta de entrada al centro. Pero la alegría dura poco en casa del pobre y ayer mismo De la Torre ha empezado a titubear sobre el rotundo sí al proyecto. La rotonda con la estatua del marqués desaparece del trazado y habría que reubicar el monumento. El alcalde es tan inamovible como la efigie de bronce en cuanto hay algún vecino o familiar del artista timorato a la modernización del urbanismo. Con la ampliación de la acera sería cuestión, simplemente, de acercarlo a la entrada de la calle a la que da nombre, alejarlo unos metros del humo del tráfico que tanto lo ennegrece. Ha preocupado más su mantenimiento y ubicación ahora, de repente, que durante todos estos años en los que, sin duda, no habrá sido el enclave más fotografiado por los turistas.

Pero De la Torre deja caer que Urbanismo no debería haber anunciado esta posibilidad hasta no estar convencido de las soluciones que conllevará. En una transformación del paisaje urbano de esta envergadura es previsible que haya colectivos que se muestren contrarios a los cambios, que antepongan sus criterios a la mejora sustancial que supondrá para toda la ciudad -ya se piensa en qué opinarán las cofradías-; pero lo que hace estrellarse a estos proyectos estrella es que quienes los promuevan no sepan manejar el que nunca llueva a gusto de todos hasta ver el resultado que sí será, indudablemente, motivo de consenso.

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