Les hablaba la pasada semana del modo diverso en que humanistas y transhumanistas encaran el cercano imperio de la Inteligencia Artificial General. Sin los reparos y la prudencia de los primeros, los transhumanistas entienden que, en realidad, ahora "somos seres humanos en transición hacia el siguiente paso de la evolución". Soñadores de una inteligencia artificial sensible y sapiente, aguardan la llegada de ésta, altamente superior en habilidades al cerebro humano, como una oportunidad salvífica. "Sin la IAG, afirma Natasha Vita-More, profesora de la Universidad de Tecnología Avanzada en Tempe (Arizona), la humanidad no sobrevivirá".

No es sino la vieja controversia entre precaución y progreso. Para los transhumanistas, esa sensacional inteligencia que se vislumbra, nos ofrece una excelente opción de superar rémoras que nos han acompañado desde siempre. "En la actualidad, señalan, nos enfrentamos a sistemas democráticos y gobiernos en los que predominan los prejuicios que surgen de morales individuales y que colocan esa moral por encima de la razón". "La ética, añaden, debe ser objetiva y la moral es una creencia personal que ofusca la razón" Como la IA es infinitamente mejor que un humano a la hora de reunir datos, en el futuro la objetividad de éstos, recopilados por robots no influenciables, facilitará la toma correcta de decisiones sin la interferencia de moralidades subjetivas. Hay, pues, que aprender a interactuar con las máquinas, ser capaces de transformarnos con ellas, para acabar siendo aún más humanos como transhumanos.

Sea como fuere, el impulso de la IAG no se detendrá. En su obra Vida 3.0, Max Tegmark, profesor en el MIT, tras subrayar la constante amenaza del puro ánimo de lucro y el hecho, incontestable, de que aquí la osadía de la curiosidad no tiene marcha atrás, destaca lo que, a falta de acciones comunes prontas y decididas, a su juicio verdaderamente está en juego: "En los próximos tres años comenzaremos una nueva carrera armamentística con armas letales autónomas […] En diez años, si no hacemos nada, vamos a ver mucha más desigualdad económica […] En 40 años nos arriesgamos a perder completamente el control del planeta a manos de un pequeño grupo que desarrolle la IA".

Ése es el escenario catastrófico que nos espera. Y para evitarlo, otra vez en el Sinaí, es necesario un debate urgente sobre cómo dominar y optimizar la poderosa y temible fuerza de nuestros logros.

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