N ADIE puede dudar de que el alcalde de Málaga, como gestor, ha sido un adelantado a su tiempo. En octubre de 2010 pocos sabían de la existencia de Pablo Iglesias Turrión, al margen de sus alumnos de la Complutense y los pocos espectadores que ese año decidieran asomarse con curiosidad a su debut televisivo al frente del programa La Tuerka.

Lo más parecido al simbolismo de la casta que habíamos escuchado hasta entonces eran las soflamas de Alfonso Guerra, dos décadas antes, en favor de los descamisados. Y, por supuesto, la moda de las consultas ciudadanas ni siquiera figuraban en el imaginario de los dirigentes de CiU. Entonces confiaban en que el Tribunal Constitucional les permitiera proclamar en el preámbulo de su Estatuto que Cataluña era una nación. Tras el fallo negativo, solo los andaluces podemos presumir de vivir en la única "realidad nacional" que no discuten ni los jueces. Aunque nadie haya conseguido interpretar para qué sirvió esa última reforma de la norma fundamental para el autogobierno.

Francisco de la Torre fue un visionario de la participación. No un pionero. En 2008 España mandó a Eurovisión por votación popular al Chiquilicuatre. Ese hito democrático es insuperable hasta para el alcalde malagueño. Pero en ese octubre de 2010 y tras una módica inversión de 200.000 euros, con cargo a un fondo estatal para el empleo, compró 25 opinómetros. Necesitaba saber qué sentían sus vecinos. Es verdad que los artilugios, puntales de la tecnología demoscópica, tenían sus lagunas. Imposible registrar al participante y tampoco determinar el número de veces que respondía el mismo usuario. Un año después, el concejal de Participación Ciudadana desveló que los aparatos habían tramitado casi 5.000 cuestionarios. En más de un 40% se reflejaba la satisfacción con la gestión del munícipe. Por fin una inversión más que justificada.

Por eso no podemos reprocharle al alcalde el carpetazo a la consulta de las torres de Repsol. Que la oposición hubiera usado en su día los opinómetros, cuyo paradero desconozco. Él es el experto en esta materia y no necesita sumarte al carro de estas modas pasajeras. Por eso sabe que los vecinos que se oponen al Metro al Civil sí que son representativos de la ciudad. Que el hotel en el puerto tiene más ventajas que inconvenientes y los que dudan son una minoría. Con la polémica de Repsol y el mantra de las consultas, en cuanto se les explique bien a los residentes los puntos favorables y que con los 30 millones o más que ingresará el Ayuntamiento podrán cruzar el Guadalmedina por otros puentes y hasta en bicicleta, seguro que les extienden la alfombra roja a las grúas. No hay mejor oráculo que este alcalde.

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