La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La mesa de Azaña y la tumba de Franco

Quién le iba a decir a Franco, que aborrecía tanto la democracia, que iba a intervenir en una campaña

Viajes y regresos. Casi a la vez que viene a España la mesa en la que Azaña firmó su renuncia como presidente de la República el 27 de febrero de 1939, el Supremo avala el regreso de Franco al antiguo municipio de El Pardo que abandonó el 7 de noviembre de 1975 para ser trasladado a La Paz. Una mesa y una tumba vuelven a la actualidad a los 80 años de la firma de Azaña y los 44 de la muerte de Franco. La mesa es un objeto histórico. El cuerpo sepulto es un objeto simbólico al que la cuestión de su exhumación ha dado una actualidad que nunca tuvo. No está llena España de nostálgicos del franquismo ni existe un culto a su memoria. Y lo mismo sucede con José Antonio. A Franco se lo van a llevar del Valle de los Caídos. José Antonio se queda allí. Ni uno ni otro representan un peligro porque no tienen herederos políticos. Lo que parece entristecer más que alegrar a Zapatero y a Sánchez: les convino y conviene agitar el coco franquista para identificarlo con la actual derecha democrática.

Con Franco lo tienen fácil: nadie, salvo algún panfletario, lo defiende. Con la República las cosas son más complejas por mucho que quieran simplificarlas. La propia mesa está situada en el centro de una polémica. Azaña firmó sobre ella su renuncia después que Inglaterra y Francia reconocieran a Franco. Negrín lo consideró una traición a la República. Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana y amigo de Negrín, cuenta que éste montó en cólera cuando conoció la renuncia, mandando un telegrama a Azaña en el que le hacía responsable de las consecuencias de su acto.

El juicio histórico sobre la renuncia de Azaña es negativo. Para Moradiellos, "consumó oficialmente el proceso de desahucio internacional de la República y precipitó su dramática descomposición interna por sus devastadores efectos sobre la moral de la población y las autoridades". Preston, al presentar El final de la guerra, dijo: "Yo había escrito sobre Azaña siempre en términos muy favorables… Pero su cobardía al huir después de la caída de Cataluña dejó a la República sin jefe de Estado y dio una excusa a los gobiernos francés y británico para reconocer a Franco". En torno a la mesa de Azaña se plantean polémicas históricas; en torno al cadáver de Franco, nada: el juicio de la historia está dictado. Sin embargo se presta más atención política y mediática al segundo. Es más cómodo y conviene más.

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