Parece que acabarán antes las vacaciones que el calor. Estos meses han sido como una aproximación a cómo será el mundo bajo el cambio climático: temperaturas abrasadoras, desde Canadá al Mediterráneo, inundaciones devastadoras e incendios apocalípticos, etc. Y, de pronto, tras la retirada de las potencias occidentales de Afganistán, el sectarismo medieval de los talibanes necesitó sólo un par de días para hacerse con el país. Imponiendo de nuevo el terror y el integrismo religioso, ante la atónita mirada de un occidente impotente. De nada ha servido formar y armar un ejército o ayudar a crear una administración o a consolidar unas instituciones; las ayudas se perdieron en un pozo negro de corrupción.

Leo estos días un libro sobre La Guerra de los Treinta Años, del historiador británico Peter H. Wilson, en el que se mencionan los fenómenos atmosféricos, conocidos como La Pequeña Edad de Hielo, a los que en el siglo XVII dieron una interpretación milenarista, espoleando la creencia de que el mundo se acercaba a su fin. Mientras el sectarismo religioso y político causaba una terrible matanza que sembró de sangre medio continente, una larga contienda que fue una de las grandes tragedias europeas.

No hay similitudes entre hoy y aquella modernidad temprana, cuando se desencadenó aquella violencia que concluyó en La Paz de Westfalia, origen de la Europa de hoy. Ahora, en nuestras democracias, vehiculamos aquel sectarismo religioso de ayer a través de la política, pero convencidos, como entonces, de que el adversario es de por sí malo y que al ser todo en él perverso, cualquier cosa que se le oponga merecerá la bendición. Libramos las guerras a través de las redes sociales y aunque la sangre sea sólo metafórica, su capacidad para sembrar odio es inagotable. Afortunadamente, aunque el negacionismo no se rinda a la evidencia, hoy no recurrimos a ideas milenarista para explicar fenómenos climáticos extraordinarios, sabemos a través de la ciencia, y por nuestra confianza en la veracidad de sus métodos, que el cambio climático tiene como principal causa la acción humana, la sobreexplotación de los recursos y una idea contrafáctica de una posibilidad ilimitada de crecimiento. Y, sobre todo, sabemos que está en nuestras manos evitar la catástrofe. Para ello, necesitaremos un cambio profundo de ideas y de valores, como aquellos europeos que derrotaron el oscuro sectarismo religioso con la luz de la razón y de la ilustración.

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