La metafísica del ruido

Se me antoja imposible diferenciar los ruidos en función de sus distintos orígenes

Se lo puedo asegurar, doña Rosita. Yo, que a lo largo de mi vida he viajado por los siete mares a lomos de mi Vespa gris, he visto hooligans de todas las nacionalidades. Y no solo eso, he visto a esos mismos cafres comportarse como verdaderos gentlemen, sin mayor motivo el cambio de hábitat y las licencias que les otorgaban para su holganza. Hecho que me ha permitido suponer que no se trata de un problema de educación. Por eso fue que el pasado viernes, y a la vuelta de mi viaje a la capital del reino, realice una encuesta entre los distinguidos pasajeros que se apeaban del AVE en dirección a los bares de copas del centro. Se trataba de comprobar el nivel educativo, que no necesariamente de educación, que gastaban lo futuros emisores de ruidos y exabruptos nocturnos. Como podrá suponer, había de todo como en botica. Desde la chavalería propia del viaje de estudios de un instituto, hasta los grupos más variopintos dedicados al ritual de despedida de un miembro del clan que emprende su iniciático camino hacia el más allá del matrimonio. Ni siquiera faltó un cirujano que, escapándose a escondidas a Marbella, tuvo a bien hacernos participe a todos los ocupantes del vagón tanto de su dicha como de los problemas de su clínica. Todos ellos hablaban más o menos bajito, pero generaban un ruido horripilante que hizo que me preguntase sobre qué parte del estruendo podía atribuir al chucu-chu del tren y cuál al ocio de tan sonoros viajantes. Y es que no es fácil distinguir el ruido ambiental del provocado por el ocio. Disyuntiva que para algunos ayuntamientos supone una cuestión cuasi metafísica que deben seguir estudiando a fondo y de forma detenida. Aunque no lo entiendo. Porque, como pensador aristotélico, una calle en la que sucumbir a las tentaciones del ocio nocturno siempre ha sido una calle con ambiente. Y, en consecuencia, se me antoja imposible diferenciar los ruidos en función de sus distintos orígenes.

Es por todo esto por lo que no solo respeto, sino comparto, la sentencia del TSJA. Que ha debido pensar que esa diferencia es demasiado sutil y ha condenado al ayuntamiento a pagar a cada uno de los tres vecinos de la plaza Mitjana 13.440 euros por año desde 2018 y hasta que desaparezcan las molestias. Asunto que se me antoja lejano, si primero debemos discernir la condición metafísica del follón, y luego, conseguir que una pechá de gente hablemos bajito.

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