Camiones o todoterrenos que se empotran contra tiendas o mercadillos, o que simplemente se llevan por delante a todo aquel que encuentran a su paso. Maletas o mochilas bombas explosionadas en lugares de abundante tránsito. O desalmados armados capaces de atacar a quien primero se encuentren. Desgraciadamente estas escenas de terror no son propias de una película de ciencia ficción. Es la forma cruel e inhumana con la que un grupo de fieles a unas creencias extremistas tratan de imponer el miedo a todo aquel que no piense como ellos.

Con este riesgo latente al que se enfrentan gran parte de los países por culpa del terrorismo, no sería descabellado pensar que aquí volvamos a vivir semejante horror. Y supongo que eso es lo que en la madrugada de ayer llegaron a pensar los cientos de personas que corrían asustados buscando refugio en cualquier parte con la única idea de salvarse de lo que fuera que estuviera ocurriendo. Avalanchas como la que se vivieron durante la procesión del Cautivo en la calle Carretería tras una supuesta pelea, me hacen pensar en el riesgo real que conlleva este tipo de concentraciones masivas de personas en unos momentos de máxima tensión en media Europa amenazada por el terrorismo islámico. No sólo por el peligro en si que supone esa amenaza, sino por la psicosis que han conseguido implantar en gran parte de nosotros y que hace que sea inevitable que se active una señal de alerta interna ante cualquier movimiento sospechoso que se produzca a nuestro alrededor.

Aunque no seamos conscientes vivimos con el miedo en el cuerpo y ante estas situaciones es lógico que nuestro mecanismo de supervivencia predomine por encima de cualquier pensamiento racional. Pero si dejamos que el miedo y el pánico transformen la realidad magnificándola en bulos adornados con furgonetas que se dirigen a toda velocidad contra los asistentes a la procesión de mayor devoción de Málaga y de supuestos tiradores con pistolas o metralletas corriendo por el centro, lo que estamos haciendo es contribuir a que se produzca una desgracia real sin terroristas ni dementes extremistas de por miedo.

En días de aglomeraciones como las de Semana Santa la vigilancia policial es una necesidad incuestionable, pero también es responsabilidad de todos colaborar a que todo discurra con tranquilidad y normalidad porque podía haberse producido una verdadera desgracia.

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