Españoles, Franco ha remuerto. El país sufrió con él dos dictaduras: una en vida, 36 años bajo yugo y represión, y otra en muerte; 44 años con el símbolo de su muerte haciendo de yoyó entre políticos y para consolidar la ley más sudada de la historia de nuestra Constitución.

El traslado de los restos del caudillo fue más propio de serie beta que de un acto solemne. Cuánta escena dantesca. Llegando a la parte de atrás del helicóptero, el féretro con Franco no pasaba (¿de qué me sonará esta última frase...?). Ay, esas escenas del golpista Tejero pasando del "Se sienten" al "Que me escoño". Y la cobertura televisiva con periodistas apostados en la entrada a Mingorrubio con un camino en el que parecía más bien que iba a producirse un final de etapa de la Vuelta Ciclista o iba a llegar el nuevo ganador de Gran Hermano

Ya en serio, la simbología de todo lo visto me recordó a aquel momento en el que el ejército americano descabezó la estatua de Saddam Hussein en un multitudinario breaking news en el que los Estados Unidos querían decirle al mundo que habían ganado una batalla histórica.

Pedro Sánchez, algunos dirán que rozando el electoralismo, otros alegando que como un doble o nada de cara a las urnas, ya tiene su propia cabeza. Reparada esa injusticia histórica, cerrada ya por fin la tumba de Franco, se supone que toca pasar página.

Aunque algo me dice que la siguiente también será necrológica. Este país es especialista en no saber afrontar los problemas en su momento y en jugar después al obituario para maquillar sus miserias gubernamentales. La reparación del daño de ETA y la de la Ley de Memoria Histórica llegaron a destiempo. Así que miedo me da la gestión del asunto catalán. ¿Alguien me puede garantizar que dentro de dos o tres décadas no estaremos persiguiendo tirar la estatua de Torra o exhumando los restos de Puigdemont en vez de afrontar los problemas de paro y vivienda?

Mientras los medios se volcaban en la emisión de todos los detalles de la exhumación, la policía seguía enfrentándose a los vándalos de Barcelona. No quiero ni pensar que la lucha catalana deje ingentes cadáveres por el camino, pero ya no puedo descartarlo. Y que en vez de evitar que eso ocurra, nuestros políticos se echen en cara en el futuro de quién fue la culpa. Porque este país no sabe tratar a sus vivos ni respetar a sus muertos.

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