Una mujer presidente

La quiebra del Estado es posible ante anto descontrol de subvenciones e incumplimientos

El periodo de alarma nos ha traído, además de un extraño e innecesario descontrol sobre el número de fallecidos, la posibilidad de escuchar y analizar permanentemente a nuestra clase política. Dicen los analistas que la sobreexposición mediática suele sacar lo peor de cada casa, y este periodo no ha podido ser menos. El nivel de argumentaciones repetitivas, de reproches y contrareproches cada vez más aburridos y de excesos de testosterona ante la bancada, nos llevan a una conclusión: ha llegado el momento de una mujer presidente.

Hoy observamos, para empezar, un nivel formativo mucho mayor en algunas de las mujeres jóvenes, de las primeras filas de los partidos, que en sus compañeros. Por otra parte, sus currículums son claros y sin titulaciones raras ni plagios controvertidos. Es decir, han llegado por méritos propios y sin tener nada que esconder. Es la evolución lógica de una nueva hornada de políticos, dispuestos a negociar en cualquier lugar, lenguaje y situación, sin tener prejuicios hacia los demás gobernantes que impidan el diálogo. Por ejemplo, para salir de esta crisis sanitaria se necesitaban de otras formas de pensar, no simplemente de una barra libre para todos. Ahora nos damos cuenta de que la quiebra del Estado es posible, ante tanto descontrol de subvenciones, incumplimientos y empobrecimiento. De ahí la confianza en una presidente que, al igual que hicieron durante la pandemia Ángela Merkel en Alemania o Sanna Marin en Finlandia, sepa equilibrar ingresos y gastos, para que todo el mundo puede vivir sin temor a que la situación se colapse. Y además, hayan sabido dirigir un país sin un encierro absoluto de su población sana, priorizando la detección y enclaustramiento de los enfermos.

Por otra parte, el mundo nos ha mostrado como las mujeres poseen una capacidad de acuerdos entre distintas formaciones más constructiva y práctica. Su empatía en las negociaciones facilita la búsqueda de lo importante para todos, por encima de intereses personales inconfesables. Es más, vemos como aquellas mujeres que se acostumbraron a las viejas formas, o siguen defendiendo regímenes totalitarios, hoy están desorientadas y cariacontecidas en los parlamentos. Porque en el fondo, tanto sacar pecho y tanda mirada de odio, están fuera de lugar y, como bien decía la primera ministra hindú Indira Ghandi: "No se le puede dar la mano a quien permanece con el puño cerrado".

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