Una mujer que no tenga que explicar más veces que el feminismo es un movimiento que persigue la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Una mujer que no necesite reivindicarse un 8 de marzo como sinónimo de que los otros 364 días por fin se ha alcanzado la paridad. Una mujer que no tenga que sentir miedo por la calle de noche, aunque no haya nadie cerca de sus pasos siquiera. Una mujer que no tenga que ser una estadística más entre mujeres violadas, vejadas o maltratadas en la tristemente amplia lista de víctimas de violencia machista.

Una mujer cuyas habilidades profesionales no queden sepultadas a ojos de los hombres por la ropa que usa o el atractivo de su cuerpo. Una mujer que en el mismo puesto de trabajo de un hombre reciba idéntica remuneración. Una mujer que no tenga que explicar por qué se viste de una manera u otra como no lo tiene que hacer un hombre. Una mujer que no tenga que demostrar más que otra persona de distinto sexo para obtener los mismos beneficios laborales. Una mujer que no se vea obligada a hacer peripecias o malabares para que convivan su desempeño profesional y la conciliación familiar; una mujer que no tenga que elegir entre criar a un hijo y trabajar. Una mujer que solo sienta que se tiene que poner guapa para sí misma. Una mujer que no se tenga que esconder para amar a otra mujer.

Por desgracia, podría seguir enumerando casos. Pero lo más honesto que puedo decir hoy es que me encantaría, si dispongo de otra vida en el futuro, nacer mujer para entender en mis carnes tanto menosprecio, desigualdad y miedo que provoca el machismo. Y aunque me tengo por alguien feminista, no me falta la humildad de admitir que puede que involuntariamente tenga algunas conductas inapropiadas víctima de haber crecido en este entorno machista. Los hombres nacemos con unas puertas abiertas que las mujeres tienen que ir derribando o que nunca podrán llegar a cruzar.

Y si escribo esto en 8 de marzo y no cualquier otro día del año, en el que sentiría exactamente lo mismo, es porque hoy una pandemia no permitirá que las mujeres se manifiesten libremente por defender sus derechos. Es más, bastantes machistas querrán sepultar la lucha diaria de las mujeres anteponiendo debates sobre si es apropiado o no salir a manifestarse (muchos de ellos seguro que defendieron la de los palos de golf en el barrio de Salamanca) sobre los derechos que se les niega. También es un día en el que no solo hay que prestar atención a todas esas reivindicaciones, sino que es muy necesario que sean dichas por voces masculinas. Y yo, aprovechando esta tribuna que poseo, quiero decir que estoy en su barco, un barco que no quiere discernir entre hombres y mujeres. Poniendo mi granito de arena los 365 días para que el feminismo, al fin, evolucione de reivindicación a realidad. No soy mujer. No soy el mejor maestro de feminismo. Pero sí un alumno que sigue aprendiendo a luchar por cambiar un mundo que nunca debió haberse torcido hacia el lado masculino.

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