Un mundo de diversiones

Para educar en la belleza, lo primero es no rodear a los niños de horrores prefabricados

La semana pasada hablábamos de la necesidad perentoria de educar en la belleza. Eso queda -nunca mejor dicho- muy bonito, pero luego hay que ponerle el cascabel al gato. Hay varias estrategias (leerles por las noches, poner radio clásica en los viajes, enseñarles los nombres de los pájaros, de los árboles, de las estrellas, etc.), pero me voy a concentrar en una. No los lleven jamás a un parque de atracciones.

Hace unos años no me habría atrevido a escribir esto. Pensaba, iluso, que un artículo mío podía alterar el curso de los acontecimientos y que mi prosa podría podía arruinar a Disneyland París. Ahora sé, ay, que sus cuentas de resultados no notarán mi furibundo rechazo. Nadie irá al paro, pero, en cambio, es posible que salve a algún pequeño de pasar por el trance.

Los niños no necesitan que les peguen esos meneos en vertiginosas montañas rusas ni que les amenicen los paseos unos siniestros muñecos sonrientes. Lo fascinante es viajar con sus padres. Para divertirse, no requieren músicas estridentes ni echar el fin de semana haciendo colas. Para un niño es fascinante visitar una catedral gótica, meditar ante un mausoleo, contemplar lienzo barroco y, luego, comer comme il faut en un restaurante serio, aprendiendo a usar los cubiertos y, si la madre se despista, mojándose los labios en la copa de vino de su inconsciente progenitor B.

A casi todos nos parece ridículo cuando los mayores ponen voz almibarada a los bebés y les hablan en diminutivos merengosos: el papi, el guagua, el chucuchú…, ¿verdad? Pues exactamente lo mismo hacemos con los niños y preadolescentes si nos pensamos que para divertirse necesitan el muñecote de Disney y el callejón del infierno.

Todos los conocidos se asombran de lo que disfrutan mis hijos visitando la Alhambra y, sobre todo, la Capilla Real de Granada; y yo sólo les pregunto: "¿Vosotros habéis viajado con los vuestros?" ¿O los habéis empaquetado en un viaje cerrado a cualquier parque de atracciones precocinadas sin darles la oportunidad de disfrutar de lo mejor, más hondo y más verdadero?

Pensar que unos niños viajando con sus padres se van a aburrir sólo puede responder a dos razones. O a un desconocimiento muy grande de lo maravillosa que es la infancia o a una preocupante falta de autoestima paterna. El mejor parque de atracciones del mundo es el mundo. El mayor espectáculo es el arte. Los mejores animadores, los amigos y los primos.

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