El cerebro retiene definiciones eternamente. "Una península es una porción de tierra rodeada de agua por todas partes salvo por una llamada istmo". Así me lo enseñaron. Por eso siempre pensé que Málaga es una península. Un mundo propio conectado a su nodriza Andalucía, con la que vive su particular relación maternofilial. De la que se quiere diferenciar sin separarse de ella. Que practica el nacionalistmo.

Aquí lo patrio tiene otra dimensión. Lo nuestro es lo mejor, pero para compartirlo con los demás. De ahí que sus entradas a la ciudad sean dos pasarelas con el mar de escaparate y una chorraera en Las Pedrizas, para que sus visitantes lleguen antes. Aquí no hay más comando terrorista que las noches de terral y sus mosquitos. Las fronteras de la hoya de Málaga son unas montañas para dar sombra y un mar que refresca los pies; y la ciudad se alarga hacia este y oeste para que quepan todos los que la conocen y luego no quieren irse. Como su Feria, que todos vilipendiamos pero nadie se quiere perder fuera de la ciudad. Porque Málaga no contesta al porterillo, le abre la puerta a todo el que quiere venir.

Málaga tiene su lengua, pero no exclusiva, sino inclusiva. Que huye de caracteres específicos que impidan entenderla. Y no impone su manera de hablar, la contagia. Porque aquí no queremos que la gente se haga malagueña, sino perita. Hasta le han hecho una serie para que todos la aprendan.

Málaga no tiene religión. O acaso las tiene todas. Su Catedral no es símbolo de Dios, sino de esa manía tan nuestra de dejar las cosas sin terminar y convertirlo en idiosincrasia. Aquí lo único sagrado es la cervecita y el picoteo. Y vamos sobrados de cultura. Tenemos un montón de museos, un Metro y cientos de patrimonios de otros pueblos enterrados bajo ellos; ¿a eso se refieren con lo de subcultura?

Málaga no tiene uniforme. Ni lo quiere. Quizá por eso va descamisada. Pero sonríe bajo su capirote, su camiseta chillona del Málaga y su chandita en casa por pijama.

Málaga no quiere himno. Una marcha de Lunes Santo. La presentación de Caja de Música. Los cubiletes del parchilito nocturno. Unas chanclas guiris por calle Larios. La ola del melillero y las risas que provoca. Un tumulto y el "nove qué peshá de ente" que resuena como eco en los sitios de moda; Málaga canta su banda sonora por el ojopatio.

Y no sé si Málaga es machista. Pero su faro fue el primero de España con forma de hombre y nombre de mujer.

El malagueño raja y raja de su ciudad, pero que otros no se metan con ella. Porque Málaga es cainita pero orgullosa; se rebela contra Sevilla y aquí vomita su furia por las redes. E ingeniera en las mal dadas: si le talan las palmeras, se saca de la manga las de la Kiki. Porque Málaga es una ciudad de cuento: es bella y bestia a la vez.

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