El niño que juega a la oca

Ojalá haya un tiempo en el que la tradición y la experiencia cuenten más que lo que nos aportan las nuevas tecnologías

Ojalá haya un tiempo que nos haga olvidar éste y que las familias abandonen el móvil en las sobremesas y se pongan otra vez a jugar al parchís. Ojalá haya un tiempo en que la tradición y la experiencia cuenten más que todo lo que nos aportan las nuevas tecnologías, como el viejo chiste aquel del agricultor que llama al más moderno servicio de meteorología de Kentucky para ver qué tiempo va a hacer el próximo invierno y así hacer la previsión de su cosecha. Desde el servicio de meteorología le dicen que va a hacer un invierno muy frío y crudo. "¿Están ustedes seguros?", le pregunta el tipo. "Segurísimos. Estamos viendo a los indios de la reserva recoger mucha leña". Sería un tiempo en el que volverían los Juegos Reunidos Geyper y la partida de brisca entorno al brasero de picón. Yo, por si acaso, estoy enseñando a mi nieto, de cinco años, a jugar a la oca. Para hacerle el juego más digerible le digo que esto es un metáfora de la vida y que vas de puente a puente porque te lleva a la corriente y que si caes en la casilla de la muerte la has jodido. Y que en la vida, lo mismo que en el juego, tienes que ir sorteando laberintos, pozos y lúgubres posadas. A mi nieto se le ilumina la mirada cuando su ficha cae en una oca y después de avanzar hasta otra oca se libra de los peligros que tiene el camino y encima puede tirar otra vez. También le estoy enseñando a jugar al ajedrez -las piezas que más le gusta son los caballos porque dice que pueden saltar- y a las siete y media con una baraja de Heraclio Fournier de toda la vida. Todo eso antes de que le atrape por completo esa inevitable fascinación por lo que sale por la pantallita de los cojones. Un reportaje el domingo en un periódico de papel decía que los niños de hoy ya no quieren ser futbolistas, azafatas o astronautas. Ahora quieren ser follower y tener miles de seguidores que vean las chorradas que ellos mismos se graban todos los días. De acuerdo, no hay que ponerle puertas al campo y aceptar lo que el futuro nos depara, pero joder, es que confío más en la humanidad si veo a un niño jugar a la oca que enganchado a una pantalla viendo un episodio de Peppa Pig.

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