El nivelito

La izquierda, aparte la demagogia que le viene de fábrica, se ha puesto insoportablemente cursi

En su entrevista pop con Pablo Motos, a Isabel Díaz Ayuso sólo le faltó citar a Burning, aunque pasara por allí como un huracán. En la era de la inmediatez y las redes sociales, tiene la presidenta madrileña dos virtudes innegables, fotogenia y cercanía. Con ese look colmo de groopy de los Hombres G, allí estuvo exponiendo su visión jovial y optimista de un cierto liberalismo guay sin pretensiones sustentado en conceptos de consumo fácil que podríamos resumir a lo castizo en curro, cerveza y Netflix. Más allá de su enorme tirón mediático, cabe la pregunta: si esto es lo mejor que puede ofrecer el PP, ¿cómo será lo siguiente?

Horas después, Pablo Casado vino a justificar su impresentable propuesta para el Tribunal Constitucional de una persona con estrechos vínculos con el Partido argumentando que, a diferencia del Tribunal Supremo, aquel no es un órgano judicial, sino político, lo que, según su tesis, lo habilita para proponer a quien considere sin más límites que la propia práctica parlamentaria. En otros tiempos menos líquidos, tamaña barbaridad lo hubiera puesto en la calle al día siguiente, pero ahí sigue, llevando como puede su cada vez más maltrecho liderazgo, y equiparándose a sus contrarios en lo que a sectarismo y nepotismo se refiere.

El sábado, cinco mujeres de la izquierda post Podemos se dieron un festín en Valencia no se sabe muy bien para qué, aunque todo apunta al esbozo de una futura plataforma electoral a la izquierda del PSOE. Entre vítores y abrazos, en lo que la anfitriona Mónica Oltra calificó como "tsunami feminista", la vicepresidenta del Gobierno y verdadera beneficiaria del evento, Yolanda Díaz, dijo que aquello era "el comienzo de algo maravilloso". Con la inefable Ada Colau reivindicando otra política, la emergente contrincante de Ayuso en Madrid, Mónica García, remató el cuadro con un sonoro "caminemos juntas desde la diferencia, la escucha y el amor". Convengamos en que la izquierda, aparte la demagogia que le viene de fábrica, se ha puesto insoportablemente cursi.

Hablamos, en la mayoría de casos, de políticos que apenas superan los cuarenta años, y se supone son los que gestionarán nuestros derechos, recursos y problemas, en los próximos lustros. Algunos de hecho ya lo hacen, por lo que más que reivindicar es en la acción donde deberían estar. Por eso, cuando uno ve el nivelito, no puede por menos que preguntarse: ¿Hay alguien más ahí?

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