La tribuna

Encarnación Páez

El noble arte de la política

EN el Pleno provincial del pasado 10 de febrero sufrimos una sobredosis de política tóxica, perjudicial para las ilusiones de unos ciudadanos que, con razón, están hastiados de muchos de sus políticos, de muchos de nosotros. Los diputados provinciales tenemos residenciada la representación de la provincia de Málaga; de esta rica, diversa, plural y maravillosa tierra en la que habitamos. Pero lejos de aparecer como gestores y políticos que se preocupan por la situación de los miles de parados que engrosan las colas del SAE, o de la endeble situación económica provincial, o del déficit de infraestructuras y cohesión que sufre la misma, nos mostramos azuzando a nuestros perros de presa contra un adversario político que más parece un enemigo al que abatir.

El Partido Popular se ha enrocado en una peligrosa identificación de la persona física de un alcalde con quienes son el pueblo que gobierna, olvidando que un alcalde no es su municipio sino que sólo lo representa. En una muestra de despotismo poco ilustrado, el alcalde de Alhaurín el Grande no asume la enorme responsabilidad de que sus designios están ligados a los de su pueblo. Cuando esa vocación de servicio se cambia por un ánimo de manipulación en beneficio propio, eso resulta inaceptable.

Tampoco puedo evitar preguntarme si el PSOE hubiera reprobado a Juan Martín Serón si éste, además de haber atacado a la justicia en su huida hacia delante, no se hubiera cebado con el secretario general de los socialistas. Aunque el hecho hubiera sido igual de grave, ya que la justicia es un pilar fundamental del estado de derecho y no se puede vilipendiar porque a uno no le convengan las decisiones adoptadas.

Los ciudadanos que hayan leído la prensa, escuchado la radio o visto en televisión las reseñas del bochornoso Pleno se sentirán aún más lejos y desencantados de su clase política. Y es que si somos capaces de utilizar en la confrontación política a los corruptos de uno y otro lado, si somos capaces de lanzarnos como arma arrojadiza los muertos a manos del terrorismo vil, si practicamos la política de tierra quemada y el "yo te reprocho tus viajes y tú me reprochas los míos", si nos reprochamos el número de cargos de confianza que asumimos unos y otros, etc., no dejamos de abundar en una política de alcantarilla, fomentando nuestro descrédito ante la ciudadanía y su desconfianza. Y no hago esta reflexión para criticar desde IU a los otros partidos, sino para que mi partido sea el primero en aplicarse lo que los ciudadanos nos exigen a todos.

¿Quién va a confiar en nosotros si el insulto, la falta de respeto al adversario y entre nuestras propias filas, y la escasa elegancia en las formas, son nuestras herramientas de trabajo? La gente merece algo más de sus representantes. Merece nuestra máxima autoexigencia a la hora de demostrar altura de miras, modestia, honradez y categoría política.

Quienes nos metimos en política con la intención y la necesidad de ser útiles en un mundo donde todos somos necesarios, creyendo que las personas deben ser el centro de nuestro acción política y, en definitiva, quienes teníamos vocación pública para dar lo mejor de nosotros mismos por nuestro bien y el de los demás, salimos de plenos como el del otro día profundamente decepcionados.

No es justo que el sectarismo se haya instalado con naturalidad en nuestra vida cotidiana. Ni lo es que a la hora de repartir el dinero público lo hagamos siguiendo una cuartilla donde aparecen con diversos colores el partido que gobierna cada institución. No es de recibo que lo más importante, a veces, sea figurar, ni que seamos capaces de dar un empujón para que alguien no salga en una foto (el empujón hoy se puede borrar también con Photoshop). No se enriquece ni moral ni culturalmente nuestra sociedad con la exclusión y el ninguneo.

No debemos tolerar que las administraciones ni los partidos le roben la independencia a los profesionales de los medios de comunicación. Es inaceptable que amparemos la corrupción y el mal uso del dinero público buscando tretas, evasivas o expresiones grandilocuentes. Vivimos en un régimen político endogámico que expulsa a los políticos con sentido crítico, con conciencia y consciencia colectiva. Al final, lamentablemente seguiremos la política del "sí, bwana" dentro de nuestros partidos, porque hay que decir sin ambages que el objetivo de nuestro trabajo muchas veces no es la ciudadanía sino nuestro propio partido o nosotros mismos. Con esas premisas pobremente vamos a representar la sagrada esencia de nuestros cargos públicos, ni vamos a convertir la política en el arte de lo posible, ya que estamos pintando una acuarela con agua sucia.

Sé que habiendo usted llegado como lector o lectora hasta este punto, está en su derecho de preguntarse: "Y entonces ¿qué hace usted ahí, señora?".

Difícil respuesta. Quizá, pidiendo perdón de antemano por mi incapacidad para dar la talla como debiera, le respondería que estoy porque hay que seguir trabajando. Por ejemplo, para que lo ocurrido el martes no se repita. Porque creo que la ideología y los valores siguen siendo necesarios. Porque me siento útil y feliz cuando un vecino me busca para una gestión que le resuelve un problema. Porque todavía me gusta mirar a los ojos de la gente sin rehuirlos aunque me critiquen. Porque reivindico esa política que cree firmemente en la necesidad de que los ciudadanos nos exijan responsabilidades

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