postales desde el filo

José Asenjo

La noche de la ilusión

PASADA la noche de la ilusión ya no puedo utilizar el socorrido recurso de convertir esta columna en una carta a los Reyes. Podría haber pedido que se cree empleo o que el Málaga elimine al Madrid en la Copa. Lo segundo es difícil aunque no improbable. Respecto a lo primero, me temo que los Magos de Oriente me hubiesen dicho lo que les dijo el párroco a los agricultores que le solicitaban sacar el Cristo en procesión para acabar con una sequía: sacarlo si queréis, pero el tiempo no está para llover. Lo mismo sucede con las políticas económicas que se aplican contra viento y marea, que no sabemos si reducirán el déficit pero, desde luego, empleo no van a crear. Además tampoco ayuda a la ilusión ver las tijeras de podar en manos de Montoro. Poner un ferviente seguidor de Milton Friedman en el ministerio del presupuesto es como poner al zorro a vigilar las uvas. Aunque ya se ha impuesto con sorprendente facilidad la ideología económica alemana, según la cual el equilibrio presupuestario, como la letra, entra con sangre. Algo que si se ha demostrado ineficaz desde el punto de vista pedagógico es completamente errático, según casi todos los expertos, en economía. En definitiva, en este contexto, tras desviarnos del objetivo del déficit sólo podíamos esperar carbón la noche del pasado jueves.

Desde hace un par de años nuestros gobiernos aplican con determinismo las políticas que, como los vientos fríos, vienen de Centroeuropa. No es que les resulte fácil, pero se evitan tener que pensar sus propias respuestas a sus acuciantes problemas. Además siempre nos quedará la duda de si las políticas que disciplinadamente se ejecutan son las adecuadas para salir de la crisis o simplemente las que sirven a los dirigentes de los países más ricos de la Eurozona para disuadir a sus electores de que la estabilidad de la moneda única exige hacer cosas que probablemente les dijeron que nunca harían. Lo cierto es que tenemos el cuerpo hecho para aceptar cualquier cosa, aunque cada día parezca más evidente que nadie sabe a dónde vamos. Ni siquiera el que lleva el volante.

Aunque siempre hay quien tiene las cosas claras. Por ejemplo, el Sr. Cayo Lara instaba a Rajoy en el debate de investidura a elegir entre los ciudadanos y los mercados. Es una pena que una frase tan redonda, que se convirtió en titular de los periódicos al día siguiente, sólo sea una falsa dicotomía; ojalá los gobiernos se enfrentasen a alternativas tan elementales. A cierta izquierda le pasa como a aquellos periodistas que no permiten que la realidad les estropee una buena noticia. Cuando la jodida complejidad de los hechos no cabe en su discurso, acaban convirtiendo la política en metáforas. En realidad es lo mismo que hacen los dogmáticos defensores del mercado, sólo que sus ideas sí se imponen a la realidad y se materializan en cada Consejo de Ministros.

Aunque ya esté fuera de tiempo, pediré a los Reyes Magos aquello del sesentayocho: ¡paren el mundo que me bajo!

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