El nombre de las cosas

Es mejor llamar a las cosas por su nombre para no dar pie a confusiones peligrosas Es mejor llamar a las cosas por su nombre para no dar pie a confusiones peligrosas

El lenguaje nunca fue inocente. No suele ser un juego caprichoso utilizar una palabra u otra para referirse a determinadas cosas y comportamientos. Casi siempre, detrás del uso de los vocablos late una intención que va más allá de la simple descripción. Las palabras descubren intenciones y, como decía Voltaire, a veces se utilizan para disfrazar nuestro pensamiento. En estos tiempos de confusión política se debería ser cuidadoso en el uso de los términos, sin dejarse llevar por los nuevos vocablos que, aunque resulten atractivos, encierran significados que no se corresponden con la realidad. Por eso, cuando se produce una manifestación de protesta sobre una determinada acción pública se debería hacer el esfuerzo de no contaminar el relato de los hechos con el uso de términos que están desvirtuando el idioma y traicionando la propia descripción.

Porque lo que se celebró el pasado día 15 a las puertas del Parlamento de Andalucía, por más que el término pueda resultar atractivo, no fue ningún escrache ni ninguna acción violenta ni subversiva, sino el simple y básico derecho de expresar de forma colectiva la protesta de los asistentes contra los acuerdos políticos que podían representar una pérdida de derechos sobre la defensa de las mujeres ante la violencia de género. Hay que señalar que la decisión de hacer esa convocatoria se produjo días antes de que se hiciera público el día para la celebración del pleno de investidura, y ni se pretendía rodear el parlamento ni se quería evitar la celebración de ningún acto ni se dirigía la protesta contra ninguna persona determinada. Por eso, cuando el ejercicio de este derecho es bautizado con una terminología incorrecta y alarmista se está contribuyendo a la confusión y al uso interesadamente mezquino del idioma. Porque el escrache es una acción específica contra una persona determinada que para muchos ciudadanos, entre los que me encuentro, resulta en la mayoría de los casos reprobable. Y, con este deslizamiento del idioma, empezamos a calificar de reprobable lo que es el ejercicio de un derecho básico; vamos abonando el campo para que otros más partidarios de limitaciones y represiones, en este juego arriesgado de palabra, comiencen a denominar esta acción como de kale borroka, otro barbarismo que en este caso está reclamando prohibiciones y condenas. Por eso, aunque no parezca original ni atractivo, es mejor llamar a las cosas por su nombre para no dar pie a confusiones peligrosas.

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