El experimentado político italiano Giulio Andreotti dejó frases que han pasado a la antología de la ciencia política. Entre ellas una de las más celebradas fue la de: "El poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene". Esta aparente contradicción encierra una realidad política incuestionable. Es cierto que el Gobierno, entre promesas incumplidas, errores de gestión o limitaciones presupuestarias, se enfrenta a un deterioro público que puede ir minando su credibilidad. Pero este deterioro nada tiene que ver con las limitaciones y sufrimientos que la oposición les reserva a los partidos. No es fácil encontrar el espacio preciso en el tablero que de una parte sirva para buscar el debilitamiento del Gobierno y de otra traslade una seriedad como para convertirse en una referencia de futuro. Se está en la continua tensión del juego de las siete y media donde es malo no llegar pero pasarse es peor.

En esa disyuntiva de encontrar el tono adecuado está el Partido Popular que después de seis años en el poder tiene que improvisar su nuevo cometido. Heridos, como sin duda están, ante esta precipitada salida del poder, sus primeras reacciones han sido disparar dimisiones. Dudar de la legitimidad del nuevo Gobierno, y denunciar acuerdos secretos con los separatistas y los amigos de ETA ha sido su inicial reacción. Se puede pensar que esta actitud es fruto de una oposición visceral que respira por la herida y que responde más al desahogo de los primeros momentos que a una estrategia pensada. Aunque si tiramos de antecedentes, esta forma de oposición ha sido la práctica frecuente en el PP.

En este contexto hay que enmarcar las desafortunadas frases de la diputada Celia Villalobos, que gritaba que estaba cansada de tanto ataque y crítica tertuliana. Fue la mejor expresión de un partido noqueado que no ha digerido su nueva situación. Lo mismo cabe decir de las ridículas censuras que la decisión gubernamental de acoger a los refugiados del Aquarius han despertado. No era tan difícil dar muestras de racionalidad y admitir como acertada esa decisión sin intentar rebuscar críticas forzadas y futuros miedos. Pero de la mano de portavoces como Rafael Hernando o la diputada por Málaga difícilmente se va a encontrar ningún atisbo de mesura. Menos mal que aún queda un congreso y todo un verano para que el PP encuentre su tono opositor, salvo que prefiera seguir instalado en la visceralidad y le deje el campo libre a Cs. Todo es posible.

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