La tribuna

Antonio Méndez

Una obra para la historia

E STE periódico inició hace cien días un serial informativo para contarles a nuestros lectores todos los detalles para comprender la importancia del acontecimiento que hoy viviremos. La complejidad de la construcción de los túneles que atraviesan el corazón de la sierra malagueña, la magnitud de los viaductos, las claves del soterramiento que unirá los barrios del oeste de la capital, el impacto turístico que se aguarda, las múltiples oportunidades de negocios que se presentan. Los detalles precisos para justificar el título de esa sección: una obra para la historia.

Llega el AVE y lo hace en plazo. Seis años de trabajos, más de 60.000 empleos directos o indirectos, 2.500 millones de inversión desde la primera piedra en 2001. Una compleja ingeniería puesta a prueba en zonas como el Valle de Abdalajís, donde desgraciadamente se perforó un acuífero, que ha dado quebraderos de cabeza hasta última hora. Pero el tren ha culminado el periodo de pruebas que el Ministerio de Fomento considera suficiente y desde mañana entrará en uso comercial.

Es curioso que esta infraestructura, pese a su enorme envergadura, ha sido capaz de sortear los obstáculos, que no han sido pocos, para ejecutarse en un tiempo razonable: diez años desde que se reabriera el debate para recuperar el proyecto hasta su inauguración este 23-D. Y es, además, algo insólito en los anales modernos de Málaga. Valgan los ejemplos de la recuperación pendiente de los Baños del Carmen, las dificultades para diseñar el Plan del Puerto y el rescate para uso ciudadano de los dos primeros muelles. Las dos décadas para plasmar un auditorio que ahora mira al mar desde el recinto portuario, pero cuyo cartel se exhibió frente a la Comisaría, sin que se ponga la primera piedra. Los diez años que los cuadros del Museo de Bellas Artes llevan embalados en un ático, mientras se discernía si desalojar la subdelegación del Palacio de la Aduana era o no un asunto de Estado, porque vascos y catalanes podían reclamar peajes similares en sus autonomías. O la cicatriz del Guadalmedina, donde un estudio sucede al siguiente para ganar demora. El propio Metro ya ha quedado atrapado desde su arranque por esa dinámica y con poco más de un año de obras, se sabe que se retrasará tres sobre la fecha original de puesta en servicio. Y así podrían enumerarse otras iniciativas que acabaron consumidas en un estéril debate condimentado con las más variopintas razones.

El AVE es por tanto la muestra de que lo anterior no es un sino. Para avanzar no es necesario encomendarse al designio divino, ni sufrir desde el conformismo la desidia habitual, como si ésta fuera el gen que determina lo malagueño. Quizá todo se deba a cómo se gestó el proyecto. La alta velocidad llegó a Sevilla en 1992, pero no se proyectó entonces su continuidad hasta la Costa del Sol, algo incomprensible y no precisamente por razones de chovinismo local. No es necesario recordar que estamos en una potencia turística.

Cinco años después, la Junta lanzó el órdago. Es posible que con aquella jugada los socialistas del Gobierno andaluz también pretendieran poner en apuros a los populares del Ejecutivo central. Y más cuando fue un Gobierno en Madrid, del PSOE, el que desestimó el AVE a Málaga. Costaba entonces unos 480 millones de euros, pero la mejor alternativa era conectarnos con Córdoba con trenes lanzaderas. Sea por la razón que fuese, la alcaldesa Celia Villalobos aceptó el desafío de la entonces consejera de Economía, Magdalena Álvarez, e hizo realidad una partida de 18 millones de euros en los Presupuestos Generales del Estado de 1999. El espaldarazo definitivo.

La hoy ministra de Fomento ha sido el brazo ejecutor del 60 por ciento de esta gran obra, que iniciara Francisco Álvarez Cascos bajo el mandato de Aznar. Sintomático que, a las pocas semanas de aterrizar en su Ministerio, Álvarez cenó con la prensa local. Quería poco más o menos que despedirse porque intuía que no habría muchas oportunidades para el contacto durante la legislatura. La realidad ha demostrado que Álvarez ha llegado a encarnar en estos cuatro años en ocasiones una cartera insólita: El Ministerio de Málaga.

Sería injusto no reconocer sus desvelos y su apuesta por las infraestructuras de esta provincia. Fomento ha terminado por entrar, en ocasiones para auxiliar al PSOE, en todos los charcos locales propios y ajenos. Desde el auditorio hasta la reforma del mercado central. Es de recibo que el nombre de Magdalena Álvarez quede grabado en la historia reciente de Málaga, aunque fuera, como ella dice, por limitarse a cumplir de forma disciplinada los encargos del presidente Zapatero.

Pero la ministra de Fomento no ha sido ajena a la falta de cultura democrática de la que hacen gala algunos de nuestros dirigentes políticos a la hora de tolerar la discrepancia. La crítica a la gestión de la Administración es uno de los primeros mandamientos del periodismo. Es tanto o más necesaria que los aplausos que se puedan dar a logros como el de hoy. No se puede establecer un figurado baremo de medios de comunicación amigos o enemigos, ni permitir que el Ministerio o sus empresas públicas muestren sus músculos siguiendo estas afinidades. Ese tipo de comportamientos con dinero público sólo contribuyen a ensombrecer la figura de Álvarez y dar argumentos a sus detractores.

Pero aún así lo anterior se convierte en anécdota ante el acontecimiento de hoy. Su gestión, como la de los últimos dos gobiernos y otros tantos alcaldes y los representantes de la sociedad civil malagueña hacen que el AVE ya no sea un sueño. Es una realidad que traslada el reto al sector privado. Ahora corresponde a las empresas, a los hoteleros, a los restauradores y a los emprendedores malagueños estar a la altura de las nuevas oportunidades que aporta este gran salto al siglo XXI. Málaga no puede quedarse parada. Y mucho menos ahora que circula a alta velocidad.

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