La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

El odio

Empieza a imponerse una nueva vía ideológica en España, con el odio como patria y el rencor como bandera

Se empieza a imponer una cuarta vía ideológica en la política española. Va tomando cuerpo entre los más hiperventilados de cada ambiente una nueva forma de expresión contemporánea, que ni siquiera descarta la violencia como arma de destrucción cultural y democrática. A la izquierda, la derecha o el centro, con todos los añadidos neo, ultra o pro que se quieran, ya les compite el odio como cuarta opción ideológica. Una escisión de las filas de siempre, que alienta su base odiando más que respetando.

En el partido del odio están los intolerantes con prisa y sin freno, que ejercen de demócratas a tiempo parcial. Son abyectos advenedizos, de ideas alejadas del raciocinio, que valoran mucho más ver hundido a quien disiente de la uniformidad de su credo que aceptar la pluralidad y heterogeneidad de la sociedad. Poco importa para su fin que la economía se hunda, que la democracia se resquebraje, que la convivencia se quiebre o que nos conquiste el hambre. Su odio saldrá compensado si se logra el fracaso del otro, si los destrozos urbanos aumentan, si la prepotencia de la uniformidad ideológica sobresale por encima del pluralismo y la libertad individual. Su neopatria es el odio y el rencor su bandera. Más que antisistema, el odio es su sistema.

Empiezan poniendo en duda que España sea una democracia plena o llamando exiliados a fugados de la justicia, y acaban quemando fotos del jefe del Estado o de la bandera que nos representa. Infantilizan sus argumentarios para hacerlos comestibles a los que gastan poco en razonar. El odio propaga fakes y arrebata siempre el sitio a la verdad. Desde cierta adolescencia intelectual, con el destello y la multiplicación que la sociedad consume desde las nuevas tecnologías de la propaganda, los echemingas y puigdemones del populismo más rufián, vierten el veneno del odio desde su poltrona, estigmatizando lo que nos une, insultando lo que nos representa, banalizando el imperio de una Constitución democrática como la nuestra. No proponen buenas costuras, prefieren una España cada vez más descosida por la raja de la convivencia.

Hacen de la crispación su patrón cultural, pero podría ser casi anecdótico si no lo alimentara el interesado silencio de quien desde el poder lo abona. Maquiavélicos personajes de la política (el odio da votos), dedicados a esperar su tiempo para recoger las nueces que le caen desde el envenenado desequilibrio que fomenta. El odio, la cuarta vía, tiene sus adeptos. Y si no, los crea.

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