Estado en oferta

Si Estado sirve para algo es evitarnos que el señor Puigdemont nos explique cómo hay que ser catalán

Mientras Errejón e Iglesias se acuchillan dulcemente, con la mirada puesta en el congreso de febrero, el señor Errejón ha sacado tiempo para manifestar que ve legítimo el referéndum catalán, porque el Estado, el ogro filantrópico que decía Paz, no ofrece nada a cambio. Vistas así las cosas, parece que el señor Errejón tiene razón, y que el Estado tendría que ofrecerle algo señor Puigdemont, además de la vicepresidencia itinerante -ora en Las Ramblas, ora en Sol- que se ha inventado doña Soraya Sáenz de Santamaría. Pensado con mayor detenimiento, sin embargo, uno encuentra mercantil en exceso el Estado que postula don Íñigo, siendo lo cierto que el Estado sólo puede ofrecer una cosa: la existencia del Estado mismo, y la tupida red de garantías que teje contra la vocación medrosa y levantisca de sus protegidos.

Como ustedes saben, tras el atentado del lunes, las autoridades berlinesas pidieron a sus ciudadanos que se quedaran en casa; y es de suponer que así lo harían, siendo gente tan disciplinada y seria. Anteriormente, la señora Merkel ya había sugerido a los alemanes que hicieran provisión de agua, por si repetía sus hazañas el terrorismo islámico. Todo lo cual parece muy razonable y previsor, pero sugiere justamente lo contrario. Esta cautela del Estado alemán nos induce a pensar que se halla perplejo y desconcertado (tan desconcertado y perplejo como sus administrados) ante las amenazas que lo asedian. Por las razones inversas, el Estado español no puede negociar sus funciones con el independentismo. Puede negociar muchas cosas, pero no aquello mismo que nos protege del cualquier conato identitario. Si el Estado sirve para algo (que los dioses guarden al barón de Montesquieu, viejo señor de la Brède), si el Estado, repito, cumple alguna función, es ésta de evitarnos que el señor Puigdemont nos explique cómo hay que ser catalán, y en qué consiste la catalanidad, y cuáles son los apellidos correctos para ser ciudadano en su república.

Que el señor Puigdemont llame libertad a esta coerción tribal, es consecuencia de su concepto arcaico y pintoresco de la existencia. Que el señor Errejón, tan inteligente y tan joven, confunda este dogal paleomoderno con alguna forma de democracia, nos llena de una particular zozobra. Demasiado viejo para ser Rimbaud, aún es pronto para ser Maurras, el gran reaccionario de Acción francesa.

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