La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

De oficio, puta

El Gobierno de Pedro Sánchez tiene la oportunidad de demostrar para qué sirve que haya mayoría de ministras

Puta, ramera, prostituta, cortesana, meretriz… Estrictamente, no es la profesión (ni la esclavitud) más antigua de la historia pero sí la que de forma más controvertida, con más tabúes e hipocresía y de forma más insistente ha acompañado al ser humano desde las lujuriosas bacanales de la antigua Roma.

El título de este artículo no es ninguna provocación; lo tomo prestado de una de las numerosas publicaciones científicas que reflexionan, analizan y ponen cifras al oficio del sexo. Con absoluta normalidad y con limitado eco social… Porque hablar del sexo nos sigue costando: aunque 4 de cada 10 hombres reconozcan haber pagado en alguna ocasión, haya unos 1.600 burdeles (legales) distribuidos por toda la geografía española, hablemos de un colectivo de más de 100.000 prostitutas y estemos ante un sector económico que mueve cerca de 10 millones de euros al día en nuestro país.

El programa Tanto x ciento emitió hace un año un monográfico en el que dibujaba con cifras sus múltiples caretas y ponía rostro al oficio de las putas; ese que se reduce a escándalos de papel couché cuando se acerca al dinero y al poder (del bunga bunga de Berlusconi a las explosivas fiestas mafiosas de Trump); se criminaliza en las ciudades cuando las (puritanas) ordenanzas de la convivencia persiguen a quienes venden su cuerpo pero perdonan a quienes lo compran; y nos sume en la confusión cuando aplicamos esa doble moral de "feminismo burgués" que se pierde buscando los límites entre la libertad de la mujer y el mercado negro que mueven las redes de tráfico de personas.

El sexo tiene siempre un trasfondo de tensión: ¿un derecho de la mujer o una consecuencia de la pobreza, el abuso y la explotación? La creación en España del primer sindicato de prostitutas (la Organización de Trabajadoras Sexuales que se ha constituido en Cataluña) ha vuelto a saltar las alarmas pero llevando el tema a una absurda cuestión burocrática y haciendo que el Ejecutivo de Pedro Sánchez -salvo que aquí también se atreva a rectificar- pierda la oportunidad de demostrar para qué sirve que haya una mayoría de ministras... Y podríamos empezar por el principio: asumiendo que atacar al sindicato y prohibir los anuncios en los periódicos no son más que parches si España no es capaz de afrontar de verdad el problema legalizando la prostitución, persiguiendo a las mafias, ayudando a las mujeres que realmente son esclavas del sexo y cerrando los clubs de alterne que las explotan. Nada de esto se puede hacer si nos conformamos con un Gobierno de feminismo acomplejado, políticamente correcto y de salón.

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