Contra el olvido

Aquella mañana de febrero de 1991, el atentado convirtió la calle en una película de terror en blanco y negro, o mejor gris

Que ha sido un bombazo". El teléfono fijo de mi casa me despertó poco antes de las 7 de la mañana. Al otro lado del auricular, un oficial de la Guardia Civil (hoy un alto mando del Instituto Armado), con el que unos meses antes había entablado amistad en un funeral en Málaga por un agente del cuerpo asesinado por los terroristas, me advertía de la realidad. La Ser, la radio para la que trabajaba entonces, difundía en su informativo matinal que se había producido a primera hora una explosión en la prisión de Málaga, en Cruz de Humilladero. Mi fuente me aclaró con contundencia la realidad. ETA había hecho volar un coche bomba para intentar masacrar a los guardias civiles durante el cambio de guardia en el recinto penitenciario. Al director de la cárcel prácticamente se le desplomó el dormitorio sobre él y su mujer.

Cuando llegué al lugar del atentado fue como entrar en una película de terror en blanco y negro, o en gris, el color del polvo y las cenizas que se respiraba en el barrio. Coches sepultados en escombros y los exteriores de una quincena de viviendas, muy humildes, destrozados y otras 40 con los cristales hechos añicos. Casi una por kilo de explosivo utilizado, amosal o amonal, era lo que correspondía en aquella época. Mujeres, hombres y niños deambulaban como fantasmas por la calle. La mayoría vestidos con batas y pijamas sin acertar a explicarse por qué les había tocado vivir aquella pesadilla. Era el 15 de febrero de 1991 y milagrosamente "el bombazo" no segó vidas.

Diez años después los terroristas habían contabilizado 23 atentados en la provincia, entre ellos el del aeropuerto. Un coche mortal que los artificieros pudieron desactivar a tiempo. Las playas y los hoteles siempre fueron su obsesión. El turismo. Los falsos techos de lavabos y habitaciones. Al principio, los empresarios preferían hablar de explosiones accidentales para evitar que se extendiera el pánico. Mentiras absurdas. En Fuengirola asistí en directo a una de esas bombas, instantes después del desalojo de un hotel. Los fallos y la suerte, como el de la lapa con la que quisieron matar al socialista Pepe Asenjo, y de paso a su mujer y su hija, que viajaban con él al arrancar su vehículo. El alcalde de Rincón, que escapó con vida porque por la mañana, gracias a una pequeña discusión familiar por el coche nuevo, subió a otro distinto al de la trampa. El frío asesinato del concejal Martín Carpena.

La obsesión de que en Málaga siempre hubo un comando de información nunca desarticulado. La desesperación de un gobernador que filtró a un medio la teórica presencia de un comando, en su afán de que los activistas desistieran al sentirse descubiertos. El contenedor mortal que debía estallar al paso de Celia Villalobos, cuando los viernes acudía a una tertulia. El final de ETA debe ser el principio que movilice a la sociedad contra la tentación de olvidar.

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