Postales desde el filo

El orden del día

Es inevitable recordar el capitalismo alemán de entreguerras al ver cómo se rinden a Bolsonaro

En su novela El orden del día el escritor francés Éric Vuillard relata una reunión celebrada en febrero de 1933, en el Reischtag, en la que los grandes industriales alemanes donaron ingentes cantidades a Hitler para garantizar la estabilidad que el führer les prometía. Es inevitable recordar ese infame episodio, del capitalismo alemán de entreguerras, al ver cómo el mundo de la finanzas brasileño se rinde entusiasmado ante Bolsonaro. Explicamos su arrasador triunfo en la primera vuelta de las elecciones por el fracaso de la política convencional, la corrupción, la violencia, etc…. pero puede que esa sea la respuesta fácil. Quizás no nos atrevamos a enfrentarnos a una realidad más inquietante: como decía Gille Deleuze, Hitler no engañó a los alemanes, los alemanes querían nazismo. Sí, ya sé que es poco riguroso decir lo mismo de los votantes de Bolsonaro, Trump, Salvini, Le Pen, etc, pero es que me resulta muy difícil creer que nadie, en su sano juicio, pueda ver en estos personajes la solución a los graves problemas que afectan hoy a nuestras sociedades. Aunque también es cierto que, al saltar por los aires los consensos básicos y las convenciones que permiten la existencia de marcos de convivencia, emerja, como sostiene Pinker, el tribalismo político en su irracionalidad más insidiosa.

En nuestro país tenemos muchos otros problemas, pero no parece que, por ahora, nuestra democracia se deslice hacia esos abismos. No sé si nuestro trágico pasado nos habrá vacunado contra ese renovado entusiasmo por los caudillos. Hay, por otra parte, una curiosa analogía en lo que ocurre en Brasil que conviene destacar: me refiero a que si el proceso Mani Pulite sirvió como una autopista para la llegada de Berlusconi, los casos judiciales y el impeachment parlamentario, contra el ex presidente Lula da Silva y la ex presidenta Dilma Rousseff, parece que hayan tenido un efecto similar en Brasil. Algo que debería hacernos reflexionar sobre las dificultades de la democracia para regenerarse a sí misma. La justicia, como poder independiente, debe imponer el imperio de la Ley, pero son los partidos políticos los que están imperiosamente obligados a promover los cambios legales y las reformas institucionales necesarias para acabar con un sistema de corrupción generalizada. De lo contrario no se podrá evitar, como ha ocurrido en Brasil, que el aire de la democracia se vuelva irrespirable.

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