La ciudad y los días

carlos / colón

Con organillo, baila el mono

ES preocupante que los políticos y los caricatos se parezcan cada vez más, unificados por la televisión. Todo es espectáculo. Un día vemos a Pedro Sánchez recorriendo un mercado, guiado por una chistosa colaboradora de Wyoming, mientras hace esas tonterías simpáticas que al parecer son obligatorias en un líder-colega próximo a la gente. Desde intentar sin éxito encestar en una papelera hasta decir que el problema independentista se soluciona diciéndole a los catalanes que les queremos mucho (no es broma ni exageración: lo dijo), el hombre hizo todo lo posible para dar esa imagen entre "kennedyana" y "tronista" de chico alto, listo y guapo que llevará a los despachos el aire de la calle.

Y al día siguiente vemos el segundo show del Pequeño Nicolás, que es como un espía de Le Carré dibujado por Takahata (el creador de la Heidi televisiva de "abuelito dime tú…"), aunque él mismo se haya incluido en el universo de Ibáñez al afirmar que "el CNI es como la TIA de Mortadelo y Filemón". Competía en el mismo horario y desde Tele 5 con María Dolores de Cospedal en La Sexta; y le ganó en audiencia. Lógico: la televisión es espectáculo y todo lo que no se ajuste a él ha de sufrir las consecuencias. El titular de VerTele sobre las audiencias televisivas decía: Un tiempo nuevo (16,7%) vuelve a liderar con el Pequeño Nicolás y La Sexta noche (10,6%) baja con Cospedal". Traducido a cifras quiere decir que el presunto espía con cara de Heidi le dio 2.032.000 espectadores a Tele 5. El día antes esa cadena logró un 15,8% con el Sálvame Deluxe. Lo mismo da que da lo mismo: espectáculo.

En momentáneo declive la estrella televisiva Pablo Iglesias (que pese a todo triplicó la audiencia de La noche en 24 horas) a causa de lo mal que le sienta que le lleven la contraria o que investiguen su formación y su tendencia a dejar algún programa colgado, Nicolás está logrando el raro milagro de aunar la llamada telebasura y las tertulias políticas. El momento de los mensajes intercambiados entre él y el secretario de Estado de Comercio -con el asunto de los tomates maduros- representó la fusión entre los programas de cotilleo y los políticos. Como tras Nicolás apareció Miguel Ángel Revilla, el show continuó. Hay quien olvida que esta confusión entre telebasura y telepolítica empezó en la misma cadena con Jesús Gil, que llegó a tener programa propio en ella (¿recuerdan el jacuzzi?). Nada nuevo.

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