El paro. La inmigración. La vivienda. La política… Las encuestas mienten. La mayor preocupación del ser humano es el tiempo. Por encima del dinero, por supuesto. Básicamente, si deseamos tener más euros es para comprar más tiempo. De hecho, ponga a alguien cercano a elegir qué prefiere: ¿un trabajo muy bien pagado o un buen leñazo en la lotería?

El tiempo está cosido en todos nuestros anhelos y traumas. En cualquier deseo peterpanesco, en la excusa para no haber aprendido a tocar la guitarra o haber hecho aquella otra carrera. En el que nos consume la crianza de los pequeños. En el que el móvil dice que nos roban las redes sociales. En el que de pronto pesa un quintal a la espalda al saber que alguien cercano murió o tiene una enfermedad terminal.

La poesía de Karmelo Iribarren es un manual de la percepción del tiempo. O, si quieren solo un sorbo, bébanse Dime cómo lo hago yo, de Carlos Goñi, un maestro en eso de manejar el tiempo en las canciones. "No me vengas con que el tiempo cura todo y blablablá, porque lo único que hace es engañar", así arranca la canción. Y parece rimar con las arrugas de su cara cuando la interpreta en directo.

El tiempo no mide ni pesa igual todos los días. Es más dorado cuando estás de vacaciones, se hace invisible cuando el trabajo nos pone la cara de color rutina. Ahora que he enganchado varios días seguidos sin ir a la oficina, asusta ver todo el surco que ha dejado la semana: la muerte de Camilo Sesto, el apuñalamiento mortal en Barcelona, el tiroteo en Capuchinos, el fallecimiento de Blanca Fernández Ochoa, el adiós de otro ilustre del Carnaval de Cádiz (y escribo antes del, seguramente, brutal Grand Slam número 19 de Rafa Nadal)… A estos hay que sumar esos acontecimientos diarios que para nosotros son todo un mundo, más allá de su relatividad. También eso es el tiempo: una montaña, un grano, un callejón sin salida o un gigante con pies de barro.

Igual que es más sabio quien entiende que la felicidad no es un estado, una meta ni un imposible, sino esa capacidad de hacer una fotografía interna de un instante que de algún modo nos revitaliza, con el tiempo ocurre algo parecido. Él, implacable, lleva su ritmo imparable diario. Pero para nosotros solo parece existir cuando nos proponemos medirlo. Entre el Carpe Diem y el Cotidie Morimur hay millones y millones de personas perdiendo el tiempo y exprimiéndolo. Pero una verdad trasciende por encima de todas: el tiempo solo existe cuando lo compartes. Aunque sea con la soledad.

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